CÓDIGOS DE PODER

Fecha:

Currículum para el mundo que se fue.

Se acercan las graduaciones. En redes abundan las fotos de toga, los abrazos de padres emocionados y los discursos de cierre. Y mientras todo eso ocurre, hay una pregunta que no me abandona. Una pregunta que me acompaña cada vez que veo a esos jóvenes caminar hacia el escenario con un diploma en las manos y un futuro entre signos de interrogación.

¿A qué mundo los estamos enviando?

La pregunta me duele porque no tengo una respuesta sencilla. Porque lo que veo, con cada vez más claridad, es que la distancia entre la escuela y el mundo se ha vuelto abismal, y que ese título que tantos celebran como llegada es, en realidad, un punto de partida hacia una incertidumbre que ni siquiera nosotros, los adultos, terminamos de comprender.

Durante décadas construimos una narrativa poderosa: estudia, fórmate, esfuérzate, y todo lo demás llegará. Pero esa narrativa empieza a crujir justo cuando ellos están por ponerla a prueba. El trabajo está cambiando de forma frente a nuestros ojos. Y la inteligencia artificial no es un accesorio de ese cambio, es su acelerador más brutal.

No estamos hablando de una herramienta más. Estamos hablando de sistemas que escriben mejor que muchos, que programan con menos errores, que ilustran sin fatiga, que traducen, resuelven, deciden, producen. Estamos hablando de algo que compite con los trabajadores y que redefine la idea misma de trabajo.

Los informes de este año señalan que millones de empleos se están transformando o desapareciendo. Y aunque surgirán nuevos, no serán accesibles para todos por igual. Lo que hoy exige el mercado ni siquiera está presente en la mayoría de los planes de estudio. El mundo profesional al que llegarán los recién graduados se parece poco al que prometimos cuando entraron al aula. Y en muchos casos, el currículum que construyeron con disciplina y esfuerzo parece haber sido redactado para un tiempo que ya no existe.

Pero esta no es una columna para alimentar el pánico. Es una invitación a repensar. A detenernos antes de repetir con facilidad el discurso de siempre. Porque si algo está claro es que no basta con cambiar el contenido de las materias. Lo que hace falta es una revolución profunda del sentido de educar y de trabajar.

No estamos aquí para formar empleados que respondan rápido. Estamos aquí para acompañar la creación de mentes que hagan las preguntas que la inteligencia artificial aún no puede hacer. Para formar personas capaces de pensar desde la ética, desde la imaginación, desde la empatía. Lo urgente no es saber más. Es pensar distinto. Es recordar que, incluso en medio del vértigo tecnológico, ser humano todavía significa algo.

También es momento de imaginar nuevos pactos sociales. Tal vez vivir bien ya no pueda depender exclusivamente de tener empleo. Tal vez haya que hablar en serio de otras formas de ingreso, de valorar el tiempo más allá de su rentabilidad, de defender espacios que no pueden ser automatizados: el cuidado, el arte, el pensamiento libre, el vínculo humano. Tal vez la libertad del siglo XXI consista en reclamar el derecho a existir sin tener que rendir cuentas a una máquina que mide productividad por segundo.

Y aquí volvemos a los jóvenes. No están perdidos. Están naciendo en un momento de incertidumbre. Y en eso hay también una oportunidad. Porque si el mundo viejo se desmorona, ellos tienen la posibilidad de imaginar otro. De no aceptar las ruinas, de no repetir lo obsoleto, de empezar de nuevo sin el peso de una obediencia inútil.

Quizás por eso me conmueve tanto verlos graduarse. Porque no están recibiendo un pase a la estabilidad, sino una invitación al coraje. Porque ese diploma que llevan no les abrirá todas las puertas, pero puede ser un recordatorio: que aprendieron, que resistieron, que están listos para pensar más allá del trabajo, más allá del sistema, más allá de lo que nosotros fuimos capaces de soñar.

No sé si el mundo que los espera es justo. Pero sí sé que es suyo. Y que si logran habitarlo con imaginación, con dignidad, con sentido… entonces tal vez, algún día, el trabajo vuelva a ser algo que dignifique, y no una trampa que excluya. Tal vez logren escribir con o sin currículum una vida que no dependa de ser útiles, sino de ser plenos.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.

Placeres culposos: Bruce Springsteen, Tracks II; Laura Stevenson, Late Great; y Frank Zappa and the mothers of inventions, Cheaper than Cheap.

Nenúfar para Grecia y una paleta de hielo limón para Alo.

Compartir:

Popular

Ecos Informativos

AGENDA FRONTERIZA

YO NO FUI, FUE TETÉ POR  HUMBERTO GUTIERREZ  Visto de otro...

Tiempo y Espacio.

Que sí habrá reelección. Por Jaime Luis Soto. Con la novedad...

ENFOQUE POLÍTICO

INSTALAN CENTRO DE ATENCIÓN AGRARIA EN EJIDO  LIMON  POR: Juan...

LETRAS PROHIBIDAS

Arnulfo y Miguel Ángel: ¿Adiós luna de miel? Por Clemente...