POR DAVID VALLEJO
Hay películas bibliográficas que exaltan la grandeza de una estrella, relatan su ascenso y hacen del drama un adorno. Y luego está Better Man, la película que arrastra con brutal honestidad a los rincones más oscuros de la mente de Robbie Williams, a las sombras que persiguieron al gran entretenedor de una generación. Robbie Williams es un fenómeno cultural, un showman con una energía imparable, dueño de una voz que ha acompañado la euforia y la nostalgia, con letras que oscilan entre la irreverencia y la desesperación. También es un hombre que, en la cima del mundo, se sintió vacío. Better Man obliga a mirar más allá del brillo, de los estadios llenos, del carisma arrollador, para explorar lo que significa ser humano cuando todo parece estar resuelto y, sin embargo, la batalla más difícil sigue ocurriendo dentro de la mente.
La historia es un viaje introspectivo. Desde Take That hasta el estrellato solista, el éxito fue inmediato, pero con él vinieron los demonios. La música es acordes y letras, pero también una guerra interna cuando la ansiedad y la depresión se convierten en compañeros de gira. Robbie es un intérprete deslumbrante, un maestro en conectar con el público, pero esa energía se apagaba cuando las luces se iban. Tener discos vendidos, premios acumulados, millones en el banco, nunca garantizó bienestar. La batalla con uno mismo es la más difícil de librar. La depresión no entiende de fama, el vacío sigue ahí incluso entre ovaciones, la ansiedad persiste sin importar los números en listas de éxitos.
Better Man muestra la crudeza de esa realidad. En una de las escenas más impactantes, Robbie se enfrenta a sí mismo, a su reflejo distorsionado por la fama y el miedo, mientras la adicción y la inseguridad lo devoran. Es la historia de tantas estrellas que han caído en la autodestrucción, pero esta vez sin convertirlo en un mito. Se trata de un hombre real, con emociones reales, que lucha por mantenerse a flote cuando el mundo cree que debería estar celebrando.
La salud mental en la vida moderna es el desafío definitivo. En un mundo hiperconectado, donde la imagen es moneda de cambio y la validación social define el éxito, la ansiedad se ha convertido en epidemia. La felicidad se mide en seguidores, en métricas digitales, en logros exhibidos, mientras el malestar emocional crece en silencio. Los índices de depresión y ansiedad se disparan en todas las edades, las crisis existenciales comienzan más temprano, la insatisfacción se vuelve una constante. La era de la comparación, de la inmediatez, de la presión incesante por ser, por destacar, por demostrar que todo está bien. Alcanzar reconocimiento nunca ha sido más fácil y, al mismo tiempo, sentirse pleno nunca ha sido más difícil.
El éxito dejó de ser garantía de bienestar. Robbie Williams lo demuestra con brutal claridad. La película confronta con la idea de que lo que el mundo define como triunfo no significa lo mismo para el individuo. La ansiedad persiste incluso en carreras brillantes, la depresión aparece tanto en quienes lo tienen todo como en quienes apenas sobreviven. La mente es el campo de batalla definitivo, un espacio donde el ruido exterior solo acentúa el eco de los propios miedos. La fama, en lugar de ser un refugio, se convierte en una jaula. Y en ese laberinto personal, la figura de los padres juega un papel crucial.
Robbie Williams lidió con la presión de la industria y también con la compleja relación con su padre, un hombre carismático, artista, con su propia carga emocional. La película muestra cómo la relación con los padres marca la manera en que cada persona se percibe y enfrenta el mundo. Creció buscando aprobación, sintiendo la necesidad de ser amado por todos, algo que se tradujo en una carrera donde la validación del público era su oxígeno. Esa herida, la sensación de no ser suficiente, persiste incluso con los aplausos. Es el reflejo de una verdad más grande: las dinámicas familiares definen la manera en que se construye la identidad. Aun cuando se alcanzan los sueños, la voz de la infancia sigue resonando.
El cine pocas veces explora el éxito desde este ángulo. Better Man lo hace sin concesiones. En lugar de glorificar una carrera, expone el peso real de la fama, el desgaste, la lucha constante contra la propia mente. Es una biografía que trasciende el género porque evita convertir al personaje en leyenda. Lo convierte en alguien cercano, en un espejo que refleja las luchas internas de cualquiera. Es la historia de un artista, pero también la historia de una sociedad atrapada en su propia narrativa de éxito y felicidad artificial.
Pocas películas logran capturar la complejidad de una estrella sin convertirlo en mártir. Better Man consigue algo excepcional con una honestidad feroz. Es una obra que retrata el ascenso y la caída, pero también la esencia del ser humano detrás del fenómeno musical. Es una historia de redención, de lucha constante, de una vida marcada por el arte y el caos, donde la música es tanto un salvavidas como una prisión. Es una de las mejores biografías jamás hechas porque evita endulzar, ocultar o disfrazar la realidad. Verla es una experiencia poderosa por la que vale la pena ir al cine. La música muy recomendable y las canciones muy bien elegidas para los momentos más oportunos de la trama. Robbie Williams es un ícono del entretenimiento y también el reflejo de una generación que sigue buscando respuestas en un mundo donde el éxito y la felicidad parecen cada vez más difíciles de definir. ¡¡¡Oraleee!!!
Hasta la vista baby.
Placeres culposos: Algo de jazz, lo nuevo de Ambrose Akinmusire, honey from a winter Stone.
Churros con cajeta antes de que se terminen los frescos atardeceres xalapeños.
Esta es opinión personal del columnista