Pepe Mujica: El Último Presidente de la Calle
En tiempos de selfies, campañas digitales sin alma y discursos que parecen salidos de una fábrica de inteligencia artificial, la figura de José “Pepe” Mujica se erige como un faro humano en medio de una política cada vez más deshumanizada. No es nostalgia: es un llamado.
Pepe Mujica no gobernó desde un pedestal, sino desde la calle, desde la tierra, desde la humildad. Fue presidente de Uruguay de 2010 a 2015, pero vivió siempre como un ciudadano más. Donó casi todo su sueldo, vivía en una casita modesta, conducía un viejo Volkswagen escarabajo y hablaba con la honestidad de quien ha conocido tanto el poder como la prisión.
Antes de ser presidente, fue guerrillero tupamaro. Pasó más de una década encarcelado, gran parte en condiciones infrahumanas, pero al salir eligió el perdón por encima del rencor, la política por encima de la venganza, la vida por encima de la ideología. Su historia es una lección viviente de transformación profunda.
Esta semana, el mundo despidió a Mujica, quien falleció a los 89 años tras una larga lucha contra el cáncer. Hasta en su partida mostró su talante: meses antes había anunciado que no se sometería a más tratamientos, diciendo con sencillez y firmeza: “Hasta acá llegué.”
Lo que lo distingue no es sólo su austeridad, sino su pensamiento ético. Mujica nos habló de consumismo, de ecología, de felicidad, de libertad, y lo hizo sin rodeos: “No venimos al mundo solo a trabajar y consumir. Venimos a ser felices.” ¿Qué otro líder político ha hablado con esa claridad en foros internacionales como la ONU en Nueva York o Río+20 en Río de Janeiro? ¿Quién se atreve hoy a decir que la civilización moderna está enferma de codicia?
Pepe Mujica es una especie en extinción. Un político filósofo. Un sabio campesino. Un revolucionario que encontró más fuerza en la palabra que en el fusil. Su liderazgo fue, y es, profundamente espiritual, sin ser religioso; radical en lo ético, pero moderado en lo práctico; emocional sin ser populista.
Y aquí la pregunta inevitable: ¿por qué no hay más Mujicas?
Porque la política dejó de mirar hacia abajo. Porque los partidos se llenaron de burócratas del marketing y de operadores políticos que saben de encuestas pero no conocen el corazón humano. Porque ser auténtico en política hoy se considera una debilidad estratégica. Y sin embargo, las nuevas generaciones —que desconfían del sistema, que huyen del cinismo, que buscan sentido más allá del salario— no quieren más de lo mismo. Quieren autenticidad. Quieren líderes como Mujica: imperfectos, sí, pero profundamente humanos.
Durante su gobierno impulsó reformas sociales que hoy parecen impensables en muchas democracias conservadoras: la legalización del aborto, del matrimonio igualitario y de la marihuana. Su Uruguay fue pequeño en territorio, pero gigante en visión.
Y, como todo ser humano, tuvo también sus sombras. No todos quedaron satisfechos con su estilo de gestión: se le reprochó cierto exceso de pragmatismo, de gobernar más con intuición que con planificación. A veces toleró demasiado a los suyos cuando había señales de corrupción. Y su pasado como guerrillero aún divide opiniones. Pero eso no le resta valor. Le da dimensión.
No se trata de idealizarlo. Él mismo lo dijo: “No soy pobre, soy sobrio.” No era un santo. Era un hombre. Y tal vez eso es lo que más necesitamos: políticos que vuelvan a ser personas. Que escuchen más y hablen menos. Que vivan su discurso. Que inspiren.
Hoy, cuando la apatía política crece entre los jóvenes y las redes se llenan de influencers vacíos, recordamos a Mujica como un influencer de conciencia, de los que no buscaban seguidores, sino despertar almas.
Nos hacen falta Mujicas. No para copiarlos, sino para recordarnos que otro liderazgo es posible. Y urgente.
Acá su discurso en la Cumbre Río+20 en 2012: https://www.youtube.com/watch?v=oZ7cLOfF2ug
Rola del día: El Necio de Silvio Rodriguez https://www.youtube.com/watch?v=4YSyvARL-bM