COTIDIANIDADES

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POR MARISOL VERA GUERRA

—Ma, quiero confesarte algo -me dice mi hija Latika-, ¿te acuerdas cuando Morgana y yo éramos chiquitas y te decíamos que no podíamos dormir solas?

—Ajá.

—En realidad no nos daba miedo estar solas, era porque te veíamos cansada de tanto trabajar y sabíamos que no te ibas a ir a descansar a menos que te dijéramos que te necesitábamos. 

—¿En serio?

—O sea, sí queríamos dormir contigo, pero igual habríamos podido dormir sin ti, pero si te dejábamos, tú no ibas a dormir nunca.

—No lo puedo creer. 

—Siempre funcionaba.

—Wow…. sí lo recuerdo bien, también recuerdo que Haku una vez me dijo que yo tenía que aprender a ver el descanso como una obligación, porque de lo contrario nunca descansaría.

—Ven, acuéstate conmigo. 

—Sí… tal vez debo parar el trabajo un poco.

—Oye, ¿qué ha pasado con Duendín?

—Seguramente está en su aldea. 

—¿Por qué me dejaste de contar cuentos de Duendín?

—Porque tú dejaste de escucharlos. Cada uno de ustedes ha ido dejando de escuchar mis cuentos en algún momento, y a mí no me queda más remedio que dejar de contarlos.

—Quiero que me cuentes otra vez un cuento de Duendín…

—Hola, ¿alguien dijo mi nombre? Aquí está este guapo, inteligente y valiente duende para vivir nuevas aventuras…

—¡Duendín!, ¿eres tú?… Ma, ¿cuántos años crees que tenga ya Duendín?

—Tiene diez años, tu edad.

—¿Pero ¿cómo puede ser?, esa edad tenía desde que yo era pequeña.

—Es que el tiempo pasa diferente para los duendes.

—Ey, no se olviden de mííí.

—¡Ahhhhh!, Duendito, también está aquí. 

—Pues claro, nosotros siempre estamos aquí, listos para vivir aventuras.

—Ma, cuéntame un cuento de Duendín y Duendito.

—…había una vez un hermoso y carismático duende…

—¡Duendín!, tú no lo cuentes, quiero que lo cuente mi mamá…

—¿Te acuerdas que Duendín siempre me interrumpía?, ja, ja, ja, y que Morgana a veces lo sacaba del cuento. 

—¡Sí!, era muy divertido, vamos, cuenta el cuento.

—Aquella mañana en la aldea de los duendes, una extraña neblina rosa cubría el cielo, Duendín y su hermano menor, Duendito, no dejaban de hacer conjeturas acerca de lo que había causado esa neblina…

—Espera, ma, ¿qué edad tiene Duendito?

—Cinco años.

—Esa edad tenía hace cinco años.

—Ya te expliqué que el tiempo pasa diferente para los duendes.

—¿Y los duendes van a la escuela?

—Por supuesto, si no dónde aprenderían a hacer cosas mágicas.

—Bueno, sigue contando.

—¿Sería acaso que había estallado un volcán relleno de malvaviscos?, ¿sería que las nubes se habían fatigado de ser blancas y estaban probando con nuevos colores… 

—O tal vez era una marcha por los derechos de los duendes y estaban lanzando gas rosa…

—Ay, hija, eso se oye muy realista.

—O tal vez los duendes tenían una alucinación porque habían comido algo tóxico…

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja. ¿Y si sólo pensamos que es magia?

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