El fin de la perpetuidad en el poder
El reciente anuncio de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre respetar la frase histórica del constituyente: “Sufragio Efectivo. No reelección”, ha caído como un balde de agua fría sobre muchos políticos de todos los niveles en México.
Esta declaración, lejos de ser una amenaza vacía, refleja el compromiso real de la presidenta para transformar el panorama político del país, tal como lo prometió en campaña.
La reforma propuesta, que pone fin a la reelección de cargos públicos, representa una señal contundente de que se acabó la práctica de perpetuarse en el poder con simulación y nepotismo.
Hoy, tenemos un sistema donde diputados federales, senadores, alcaldes, regidores y síndicos pueden reelegirse, lo que en ocasiones se convierte en una clara ventaja para aquellos que, con un poder económico y mediático considerable, pueden utilizar la reelección para consolidar su dominio.
El pasado proceso electoral en varios municipios ha sido testigo de cómo la reelección se traduce en una ventaja injusta para aquellos con recursos suficientes para imponer su presencia en las campañas, dejando atrás a los rivales que luchan desde una posición de desventaja.
Esta reforma constitucional que promueve la presidenta Sheinbaum, aunque compleja, es un recordatorio de que en México, el poder debe residir en el pueblo. La voluntad popular debe ser la que determine, cada vez que se realicen elecciones, el rumbo del país y no la capacidad de unos pocos para mantenerse en el poder mediante la manipulación de recursos. La verdadera democracia radica en la alternancia, en el respeto a los mandatos populares, y en garantizar que el poder no sea una prerrogativa de unos pocos que se perpetúan en él.
En última instancia, esta reforma reafirma lo que es elemental: el pueblo de México tiene el derecho de decidir. Si algo no ha funcionado, si la sociedad no está conforme con el rumbo, volverá a decidir y a corregir. La verdadera esencia de la democracia está en la capacidad del pueblo para elegir y, si es necesario, corregir el rumbo de sus líderes. Como se ha dicho muchas veces, el poder debe ser temporal, y los políticos, como servidores públicos, deben entender que el pueblo siempre tiene la última palabra y se equivoca, vuelve a mandar