La reciente decisión del Cabildo de El Mante de eliminar el nombre del exgobernador Manuel Cavazos Lerma de una de las principales avenidas de la ciudad no solo es un acto simbólico. Es también un acto de corrección tardía, pero necesaria, que nos obliga a mirar con seriedad cómo, por comodidad o complicidad, se otorgan honores públicos a personajes cuyo legado no resiste el escrutinio ético.
Poner el nombre de alguien en una calle no es un simple gesto de cortesía política. Es un acto de validación histórica. Es decir: esto representas, esto avalamos, esto queremos recordar. Por eso resulta inadmisible que, sin mayor análisis, se hayan conferido tales honores a figuras cuya trayectoria termina siendo motivo de división, vergüenza o indignación.
En el caso del exgobernador Cavazos Lerma, su aporte al desarrollo urbano local —por más concreto que haya sido, como la pavimentación del bulevar que llevó su nombre— no puede ni debe usarse como justificación para ignorar el comportamiento que lo ha deslegitimado ante la sociedad. Una declaración misógina, que ofende y denigra a una mujer, no puede ni debe pasar como un simple error. Menos aún cuando proviene de quien alguna vez ocupó una de las más altas responsabilidades del estado.
Este episodio debe servir como advertencia: los reconocimientos públicos deben ganarse con integridad, no con obras aisladas ni con favores políticos. Y si alguna vez se otorgan de manera equivocada, como en este caso, lo correcto es rectificar sin titubeos.
La historia, sí, terminará por emitir su juicio. Pero eso no exime a las instituciones actuales de hacer lo propio. Lo ocurrido con Cavazos Lerma debería marcar un antes y un después en la manera en que se construye —y se destruye— la memoria pública. Porque si no se aprende de este error, solo será cuestión de tiempo para que otro nombre inapropiado vuelva a adornar nuestras calles… hasta que, otra vez, haya que borrarlo.
