EDUCAR PARA LA VIDA: Cimientos de Dignidad, Fortaleza y Empatía

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Por María Consuelo González del Castillo                                          Escritora.

En un mundo cada vez más complejo y cambiante, la educación de los niños ya no puede reducirse a el sistema arcaico de premios y castigos ni a la simple obediencia. No formamos a los niños para que se sometan, sino para que comprendan, cuestionen y enfrenten la vida con dignidad, fortaleza interior y con una empatía auténtica y equilibrada.

Si consideramos trascendente el hecho de que los cimientos educativos comienzan en el hogar, deberíamos tener presente que, desde los primeros años, los niños consumen todo desde el mundo que los rodea. En ese tiempo crucial, requieren mucho más que normas: necesitan darle sentido a lo que se les dice o exige. Comprender el “por qué” de las cosas, desarrollar la capacidad de tomar decisiones, asumir consecuencias y crecer en autonomía. 

Algo fundamental, diría yo, es el hecho de hacerlos tolerantes a cualquier tipo de frustración, acompañándolos en todo momento desde nuestra trinchera, de lo contrario, el niño, adolescente o jovencito puede caer en depresión con panoramas devastadores, por desgracia, ahora cada vez más frecuentes.   

La autoridad no se impone: se gana con coherencia de vida, con ejemplo, con respeto, con cariño, lo contrario sería autoritarismo. De aquí que constantemente repito esta frase: “Un niño que se siente escuchado, valorado y comprendido es un niño que puede desarrollarse plenamente”.

Uno de los pilares fundamentales de la educación debe ser el respeto por la dignidad personal. Enseñar a un niño que su voz importa, que sus emociones valen y que tiene derecho a pensar diferente, es sembrar libertad. Esto no significa fomentar el capricho, sino enseñar que todo ser humano tiene el mismo valor, por lo tanto, nadie tiene porqué tratarte mal, faltarte al respeto, ofenderte o hacerte sentir menos. De la misma manera respetar la dignidad del otro.

Los cambios constantes y la incertidumbre en la que vivimos todos los días en forma global, hacen necesario que los niños crezcan con fortaleza interior y no es precisamente que no sientan miedo, sino que lo sepan enfrentar. Es la capacidad de levantarse cuando se caen, de persistir y de confiar en ellos mismos aún en la dificultad.

Esta fortaleza se construye cuando dejamos que los niños hagan su mejor esfuerzo, fallen, se frustren y vuelvan a intentarlo con apoyo, no con sobreprotección, ni tampoco con exigencia desmedida.

También me parece que uno de los grandes desafíos actuales es formar seres humanos empáticos, pero la empatía jamás puede ser confundida con complacer. Enseñar a los niños a ponerse en el lugar del otro no significa sacrificar sus propias emociones y sentimientos mucho menos sus necesidades, sino desarrollarla en forma equilibrada y con sensibilidad.

La empatía bien entendida, se desarrolla cuando los niños viven en entornos donde se sienten comprendidos. Un niño que ha sido mirado con ternura es más capaz de mirar con ternura al otro.

Si lo que queremos es una sociedad más justa, más humana y más fuerte, entonces debemos empezar por valorar cómo educamos a quienes la heredarán. No basta con formar niños obedientes, funcionales o “correctos” según estándares pasados. Necesitamos formar personas críticas, compasivas y capaces de actuar con sentido ético.

Educar no es un acto de control, sino un acto de fe en cada personita que tenemos en nuestras manos. Es sembrar herramientas para la vida, no sólo para aprobar exámenes. Los niños que crecen con dignidad, fortaleza y empatía bien entendida no sólo enfrentarán el mundo: lo transformarán. Y ese, en el fondo, debería de ser el verdadero propósito de la educación.

 

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