lunes, enero 13, 2025

EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

                Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.

POR CARLOS ACOSTA

 Eduardo Galeano.

 

1

Un buen número de personas nos congregamos en la plaza principal de la ciudad. Eran las cinco de la tarde, del primer día del año dos mil veinticinco. Aunque era pleno invierno, la temperatura andaba en los veintinueve grados Celsius. Hacía calor. Habríamos, en la plaza, unas dos mil personas. Llegamos, Esperanza, Karla Celeste y yo, justo a tiempo. Y claro, ya había mucha gente. Todas las sillas estaban ocupadas, así que la mayoría de los asistentes, andábamos de pie. Vimos muchas caras conocidas. Saludamos a medio mundo. Dos pantallas gigantes flanqueando la reunión, un dron que sobrevolaba nuestras cabezas y toda la gente con su teléfono celular tomando video de lo que sucedía, hablaban de un siglo veintiuno diferente y distante cinco lustros de aquel día que hoy veníamos a celebrar. Se percibía un ambiente especial, relajado, de sonrisas, buena vibra y mejores deseos. Era el inicio del año nuevo y ello también agrandaba el clima emotivo. Parecía que El Mante decidía empezar el año con la mejor de sus caras. El motivo de la fiesta era, que este día, en ceremonia oficial, se abriría El Baúl de los Recuerdos.

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Hace veinticinco años, en diciembre del noventa y nueve, El Ayuntamiento de la ciudad convocó a la sociedad mantense, a depositar en aquel baúl, algún recuerdo; un objeto apreciado, distintivo de la época, algo especial; una carta, un libro, algunas fotografías. Y ese tesoro (no podría llamarse de ninguna otra manera) se guardaría bajo tierra (me resisto a escribir, “lo enterraron”), en el lugar más democrático de la ciudad: la plaza principal, Plutarco Elías Calles, justo a un lado del monumento a la bandera. Y, a la vez, se prometió que, al pasar veinticinco años, el baúl se abriría. En aquellos días, acudimos a la invitación un buen número de mantenses. Depositamos lo que teníamos a mano (léase: lo que éramos en aquel momento, porque uno siempre tiene a mano lo que es, y nada habla más de nosotros sino lo que damos). Ricardo, mi hijo, dejó un CD con música de rock, grabado por el grupo en el cual tocaba el bajo eléctrico: La Hoja. Karla, mi hija le entregó al hermano algunas cartas para que también las depositara. Yo guardé un ejemplar de mi primera publicación (ITCA), una plaquette de poemas cuyo título es, Sucede a diario, y el cuento para niños, Celeste, por el ITCA también. Y desde luego, a todos nos parecía lejanísimo el año dos mil veinticinco. ¿Para entonces, estaremos vivos?

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Llegó el momento de abrir el baúl. Fue necesaria la intervención del personal de Protección Civil. Usando herramienta especial, fueron retirando la loza de adoquines que lo cubría. Enseguida instalaron una grúa que funciona con dos cadenas. Y pacientemente, poco a poco, jalando y jalando las cadenas a través de las carruchas, lo fueron sacando. A medida que lo hacían, la gente gritábamos, estallábamos en aplausos, hacíamos fiestas; nos embargaba la emoción de quienes ven venir, después de un cuarto de siglo, lo que un día quisieron ser, ¿cuántos lo lograrían?, y ahora, en este momento, están a la expectativa. Yo percibí en estos momentos, esa increíble exaltación por mi cuerpo. Se me vino como avalancha. Me arrolló. Era nuestra historia, la historia de nuestra ciudad, de los amigos, los vecinos. Y estábamos a punto de verla. Ya lo escribió el Nóbel, José Saramago: somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir.

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Cuando, después de sacarlo, asentaron el baúl en el piso, empezaron a abrirlo. Era muy grande, de acero. Construido aquí en Mante, en el taller, El Borrado. Ahora, de veras, les costó mucho trabajo abrirlo. Con martillo y cincel despegaron lo que unía a la tapa con la caja. Ya que el acero es material muy resistente, de hecho, tardaron otro buen rato en despegarlo. Parecía que el pasado, nuestra historia, se resistía a volver. Como que decía: ¿todavía están aquí?, yo ya me fui, ¿acaso podremos reconocernos? Mientras esto sucedía, yo me había formado en una fila para ser de los primeros en ver el contenido del cofre. Quedé entre dos señoras. Y dado que el clima que prevalecía era cien por cien emocional, fue fácil hacer una charla. Yo puse unas cartas para mis hijos y nietos, dijo una de ellas en tono reflexivo. Yo me la jugué, dijo la otra mujer, con una sonrisa medio nerviosa. Al ver nuestras caras interrogantes, agregó: dejé una carta en la que decía que, ojalá el novio con el que andaba, se convirtiera en mi esposo. Luego hizo un silencio. ¿Y?, pregunté intrigado. Lo bueno fue que sí me casé con él, si no, imagínese. Reímos de buena gana. ¿Y usted? Bueno, yo. Y me vi precisado a contar lo de la plaquette de poemas y el cuento para niños. Ah, qué padre -para mi sorpresa- exclamaron ambas.

5

Ya una vez despegada la tapa del baúl, la presidenta municipal Martha Patricia Chio de la Garza, procedió a abrirlo. Usó las mismas cadenas que usaba Protección Civil, no eran pesadas. Poco a poco fue abriéndose la tapa. También estaba presente, quien fuera el presidente municipal, Javier Villarreal Terán, en el año cuando se guardó el baúl. Al abrirse toda la tapa, la emoción, de por sí ya presente entre nosotros, se acrecentó de manera exponencial. Vi los rostros de las personas que estaban cerca: eran expresiones de una emoción que les desbordaba, reían, aplaudían, gritaban, y -no me lo crean- a más de diez les rodaban lágrimas por las mejillas. Yo sentía una pequeña piedra en la garganta que casi me impedía hablar. ¡Uta, cuánta emoción! Luego vimos claramente, en las dos pantallas gigantes donde se podía ver con detalle desde cualquier punto de la plaza en donde estuvieras, el contenido del baúl. Fueron extrayendo una por una las piezas. Haciendo mano cadena las iban poniendo en una mesa larga que, para tal efecto, se había puesto en la explanada del monumento a la bandera. Mientras extraían el contenido, me pareció ver, con absoluta claridad, mi plaquette de poemas. No comenté nada a nadie, sólo pensé con gran alegría interior: ¡ahí esta, ahí estoy! Y entonces sí. Ya no pude más.

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Después nos dejaron pasar a quienes estábamos en la fila. Por suerte me tocó muy adelante. Las filas de espera eran de más de dos cuadras. Luego de una larga espera, por fin pasé. Iba con ilusión a mares. Fui, con ansiedad y contento a la mesa donde estaba el contenido. Fui viendo detenidamente. Eran, según datos oficiales, ochocientos sesenta objetos. Vi sobres, muchos, cartas, fotografías, recados; había unos six de coca-cola chica de edición especial por navidad; una camisa, discos compactos, una cartera, un pañal desechable con varios nombres inscritos. También cartas de amor, una piedra labrada con un nombre de mujer, un alfiletero, billetes de la época, monedas. Me conmovió ver un baúl pequeñito, como de diez, por seis, centímetros; parecía su hijo del baúl abierto, al que había incubado durante veinticinco años. También me llamo la atención que todos los objetos, se encontraban en muy buen estado; no había humedad, polvo, roturas u otros estragos del tiempo. Estaban intactos. ¿Quién de nosotros, ahora, estaría igualito que hace veinticinco años? Pregunta boba, pero cierta. Seguí viendo, buscaba lo mío. Iba lento, observando todo. Pero no lo encontraba. ¡De prisa, señor, apúrese, hay mucha gente esperando!, insistían, las edecanes. Al terminar el recorrido de la mesa, no había dado con mi plaquette ni con el cuento para niños. Quise volver a buscar en toda la mesa, pero no lo permitieron: ¡De prisa señor, de prisa!

7

Bajé por los escalones del monumento. Me esperaban Esperanza y Kar. ¿Qué pasó? No encontré nada. ¿Cómo? Si, parece que mi pasado se empeña en esconderse, no quiere, como dice la película, volver al futuro. No te preocupes, dijeron, el lunes, en La Presidencia, entregarán todo. En ese momento entró una llamada a mi celular, me llamaban para una consulta médica en el Hospital Praga. Ve, aquí te esperamos.  Caminé solo por la plaza. Aunque eran apenas las seis de la tarde, ya estaba oscuro. Así se comporta nuestra ciudad en invierno. Caminé dos cuadras, hasta donde estaba estacionado mi auto. La plaza estaba muy poblada, ya se dijo, pero en este momento, mi caminar parecía el más solitario que, hombre alguno, hubiera hecho alguna vez en la historia de la humanidad. En el trayecto al auto, empezó a lloviznar. Como que el cielo, algo sabía de lo que estaba sucediendo entre mi pasado y yo. Y de algún modo era solidario conmigo. 

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Dos horas después, rumbo a casa, en el Marchito rojo, cuando regresábamos, se vino más fuerte la lluvia. El próximo lunes encontraré ese trozo del pasado que se anda escondiendo, quise animarme. Mi mujer y mi hija, todavía estaban emocionadas. Alguien les dijo que habían encontrado el CD de Ricardo, nuestro hijo. Y eso las hizo mucho más felices. Llegamos a casa. No dejaba de llover. Fui a mi cuarto. No encendí las luces. Me tiré en la cama, permanecí largo rato mirando a la oscuridad del techo. El lunes próximo, tenemos una cita, mi pasado y yo: yo con él, él con su futuro.

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