POR CARLOS ACOSTA
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Aquella mañana salimos temprano de casa. Íbamos Esperanza y yo. Pasamos por Silvia, mi hermana, a su casa. Viajábamos en nuestro democrático, y nunca bien ponderado, Marchito en color rojo-vino. Era un amanecer nublado, fresco, que dejaba ver cierta neblina a lo lejos. Tomamos la carretera rumbo a Gómez Farías. No llevábamos prisa. Si todos los viajes son especiales, éste lo era mucho más. Condujimos, tal vez, treinta minutos. Al llegar al monumento de El Jaguar, no doblamos a la izquierda y entramos al pueblo, sino que nos seguimos de frente; continuamos por carretera, quizás un kilómetro y llegamos a nuestro destino.
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Pocos metros antes de llegar al puente del Río Sabinas, nos desviamos a la izquierda. Muy cerca de la carretera está, Los Sabinos, un centro recreativo, se puede decir, en contacto directo con la naturaleza. Entramos al estacionamiento. Nos sorprendimos gratamente. Eran explanadas con césped verde-vida, limpias y con el pasto bien podado. Árboles altos, vivos, hacían dos largas filas. Si caminabas quince metros al sur (lo cuento, porque lo hice), ahí estaba el río. A cada una de sus orillas, los altos árboles. Una alucinación real, por muy contradictoria que suene la frase. Las aguas avanzaban lento. Esta paz natural, en las márgenes de un río, en pocos lugares se puede encontrar, creí. Lo creo. Subimos por una leve pendiente de piedra. Llegamos.
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La fecha: veintidós de marzo. Apenas ayer había entrado la primavera. Se trataba de una celebración de, El día Internacional del Agua, que se organizaba con el anuncio de Equinoccio Fest 2025, en alusión a un ciclo que termina (invierno-y-año) y entra al que sigue con la renovación consiguiente. Tiempo apto para “recargarse de energía”, se dice. El grupo al frente de tal celebración está conformado por Yoguis; personas que, además de sus respectivos trabajos y profesiones, han dedicado media vida (y más) a la práctica de esa disciplina física y mental, que busca la armonía interior y la unión con lo absoluto: el yoga. Nos habían sugerido en la invitación, que lleváramos ropa en colores claros, de preferencia, blancos. También nos sugirieron llevar, flores, semillas. Y comida para compartir.
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Nosotros estábamos ahí; Silvia, mi hermana, porque es una máster en yoga. Yo, porque se me había invitado, como parte del programa a desarrollarse, para leer poesía en voz alta. Esperanza, que también fue invitada y, además, porque siempre anda conmigo. Saludamos al principal organizador, Abraham Elí Zamora, quien nos presentó a los maestros invitados de Monterrey, N. L. y a varias personas que, aunque era temprano, ya habían llegado. Escogimos un buen lugar para sentarnos. Vimos cómo fueron llegando más y más asistentes. El cielo seguía nublado. El sol, no se asomaba todavía. Saludamos a varias personas que ya conocíamos. Y esperamos.
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Como inicio de nuestra celebración, después de la bienvenida, se nos invitó a la Creación -entre todos- del Altar de Primavera. Para entonces ya éramos más de cuarenta personas, la gran mayoría -hay que decirlo- mujeres, y todos, todas, con ropa blanca, o en colores claros. Cada uno llevó sus semillas o los pétalos de las flores que trajo y, al centro del espacio techado y con piso de mosaico, lo empezamos a poner sobre un sarape rectangular en el que había un sahumerio de aroma tranquilizante. Cada uno, cada una, haciendo con las semillas, con sus dedos, figuras. Hubo quien hizo triángulos, imágenes de corazón, largos rectángulos, pequeños círculos, estrellas. Yo puse las semillas de maíz que llevamos formando una media luna. Otras personas poniendo los pétalos de sus flores como su intuición les decía.
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Enlazando esta actividad con la siguiente, se procedió a, El círculo de Cacao y a una Meditación guiada (Alexis Prats / Abraham Zamora / Klaus Gutiérrez). Pasamos cada asistente a dónde Klaus, sentada a un lado del Altar, repartía el cacao ya preparado por ella. Lo preparé con amor para ustedes, dijo. Te sentabas frente a ella y mirándote a los ojos, decía: lo preparé con manos amorosas, con amor te lo ofrezco. Después, cuando cada persona ya estaba en su lugar, hicimos la meditación, seguida de la toma del cacao, que, según se dijo tiene grandes efectos benéficos para el corazón. Fueron minutos de introspección sosegada con pensamientos positivos, bienhechores para el espíritu. Era dirigido por Abraham. La inspiración profunda y la espiración alargada. El amor a sí mismo, que se traduce en el amor a todo cuanto te rodea, empezando en el entorno cercano y llegando hasta el punto más lejano del infinito. Y ser uno con el Todo.
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Después vino el ejercicio de Grounding, enlazado con el Tai Chi Terapéutico. Caminamos descalzos sobre el pasto. Sentimos el contacto directo con La Madre Tierra, sin que hubiera suelas de zapatos, de tenis, o cualquier otro elemento aislante del contacto natural con el pasto. Ligado con ello, practicamos el Tai Chi Terapéutico. Aunque seguía habiendo algunas nubes, ahora el sol jugaba a asomarse. Movimientos en forma coordinada y lenta de brazos y piernas con una concentración profunda y la respiración acorde al ejercicio y al momento. Aunque parezca increíble, terminamos sudorosos. Enseguida, se anunció un tiempo para tomar un almuerzo. Todos estábamos hambrientos y con sed. Ingerimos algo de los alimentos que cada quien habíamos traído. Casi todo, era comida sana, vegetales, frutas, ensaladas; bebidas: agua natural, de naranja, de piña.
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Luego nos reunimos a la orilla del río. Sentados en la escalinata de piedra, escuchamos, El Rezo del Agua. Lo hizo, Lulú Puente. Nos platicó que ella es Guardiana del Agua (pertenece a esta agrupación mundial hace más de diez años). Dijo: vamos a rezar por nuestra agua, pero aún más, vamos a rezar por el agua de las próximas generaciones. Los cantos con percusiones y voz al natural, llenaban el ambiente de un misticismo sanador. Yo estaba en el tercer escalón. Desde ahí, veía las aguas del río que lenta, muy lentamente, iban con una corriente calma, llevando las hojas que, de manera natural se desprendían de los árboles y caían al agua. Parecían mariposas que intentaban volar y caían del árbol al río. En ambas orillas se alzaban los altísimos Sabinos, de troncos delgados y un follaje que se alzaban mucho en busca de la luz del sol. Unos cincuenta metros hacia el oriente, entre ramas de árboles que confluían al centro encima del río, las aguas hacían una curva a la derecha. Y de vez en vez, se escuchaba el rumor de los motores de autos que pasaban por el puente. Todo conformado para, con los ojos cerrados, rezar una y otra vez por el buen cauce y la vida larga y con buena salud, del agua. Hoy era el día internacional del Agua. Todos regresamos a nuestras sillas con armonía interior y con el entorno, cercano e infinito.
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Ya reinstalados en el salón principal, se anunció mi participación. Agradecí a Abraham, la invitación y a los asistentes, su presencia y paciencia para escuchar. Empecé a leer. Primero, el texto que escribí para El Mante, y que inicia así: Nosotros somos el agua / Yo / por decir algo / soy una gota que nació en el manantial / vino por el río / por las acequias / y con un poco de sol y de oxígeno / se convirtió en poeta. Después leí, Remedio casero (son los abrazos) y Cuando llueva. Luego, dos Pemolitos, donde los oyentes dieron rienda suelta a los suspiros. Y para cerrar, el poema completo, de largo aliento, Espiral de Luz. La respuesta de los escuchas, superó las expectativas. Coincidimos en que Yoga y Poesía, tienen muchos puntos en donde convergen, se encuentran y nutren mutuamente. Vino enseguida la sección de Peguntas y Evasivas. Hubo mucha participación, con preguntas y comentarios muy interesantes. Obsequié a quienes preguntaron, un ejemplar de mi novela, Espejos que se aclaran. También recibí muestras de aceptación, de sensibilidad, de asombro. Opiniones muy lindas sobre mis letras, gran capacidad de reflexión. Y al final, a la hora de firmar libros, muchos, muchos abrazos.
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Vino luego la hora de la comida. Compartimos, otra vez, los alimentos que habíamos llevado cada uno, una, de los asistentes. Para este momento ya había cierta camaradería entre los asistentes. Parecía que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. Enseguida, después de comer, pasamos al ejercicio de, Liberación e Integración, guiada por Abraham Zamora. Otro momento del día para la meditación, que nos volvió, por si nos hacía falta, al sosiego interior. Y al final, el Círculo de palabra. Todos nos fuimos a la explanada y nos sentamos en el césped, haciendo un círculo, de quizás, veinte metros de diámetro. Cada uno, fuimos diciendo, lo que significó nuestra experiencia de este día. Las palabras que prevalecieron fueron: gratitud, serenidad, alegría, perdón, armonía, sanar, gracias, amor. Y, al final del final, se efectuó un ritual personal con Sahumerio y Caracol, pronunciando y ejercido, por los maestros, en cada uno de nosotros. Encuentro, Hermandad, Corazón, Fuerza, Caracol. Y haciendo un levantamiento de brazos al cielo en señal de que hacia allá iban nuestras intenciones.
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Nos despedimos, de casi todos. Hubo abrazos y buenos deseos. Buena vibración. Adiós. Hasta pronto. Nos vemos. Volvimos a casa. Ésta, al menos para nosotros, era la primera experiencia en esta disciplina. Volvíamos renovados. Lo hicimos ver en voz alta. No es que fuéramos otros, pero volvíamos renovados. No es que nos cambiara la vida de un día para otro, sin embargo, sí nos cambió éste. Y con eso fue más que suficiente. Ojalá todos los días, tuviéramos acceso a una experiencia, que nos cambiara (para bien, desde luego) justamente, cada jornada. Namaste.