POR MIGUEL ÁNGEL VILLALOBOS GÓMEZ
Se derrama la noche
sobre mi calle a oscuras.
Van gimiendo, abandonadas,
las horas
sobre el concreto ardiente.
Con nada que escribir,
callo mi duelo.
Como el silencio
el aire,
me canta en los oídos,
arde sien adentro
como arde el pecho
sin letras,
sin olvido,
y sin caricia amable
sobre el suplicio altivo.
Sigo esperando solo
y con hueca esperanza,
al olor de esta brisa,
horadando el silencio.
La mañana sonriente,
renace sobre el polvo
de otras sombras.
Amenazante el sol,
en su mirada de soslayo,
flamígera caricia nos depara.
Nada despierta el hoy,
nada se erige,
sobre la inmensa nada
que me habita.
Nada es lo mismo,
sin palabras,
ni sonido,
ni algo que irrumpa
en estas horas tan cansadas,
deshilachadas,
sobre la rueca sin manos
y olvidada.
Sin observar la luz
de otra mirada,
espero en mi silencio,
solo espero.
La tarde ociosa
me descubre un verso,
un adiós censurado
y un olvido,
una ardiente verdad,
un sinsentido,
y una brújula perdida
en el ocaso
que fulge, augusta,
sobre aquéllos,
otrora ardientes
y funestos días,
aviones de papel
sobre la vida.
La observo solo
que está sola,
la observo, solo,
y en silencio espero.
Se esparce, tímida,
la madrugada de esta calle solitaria,
escucha éste lamento,
sordo,
suave,
sobre mis letras sin brillo,
añosas,
arrugadas,
y lo convierte en llanto,
sereno,
fresco,
rutilante de voz y anacronismo.
Ya no espero caídas
soy abismo,
madrugada sin alba
y sin destino,
pero sigo en silencio,
en éste nuevo día,
con mi sonrisa austera…
y ya no espero nada.