POR FEDERICO FERNÁNDEZ
CÓMO MORIR
Enséñame a morir, le pedí a mi abuelo.
Se lo pedí pensando, claro está
porque mi abuelo murió hace mucho tiempo.
Tú eres experto, le dije.
Sabes mucho de la muerte ¿cómo es?
Tienes tantos años viviendo muerto
que conoces muy bien sus laberintos.
Hace tanto que estás así
que ya te conocen todos y tú a ellos.
Te sabes al dedillo sus nombres
y quién vive en cada callejón,
a quién le rezan todavía
y a quien olvidaron hace tiempo.
¿Nos conoces a nosotros
aún lo que llegaron mucho después de que te fuiste?
Enséñame cómo es estar muerto.
Busco aquel retrato que nos hicieron
pocos días antes de tu muerte
para ver si hay alguna señal, algún mensaje secreto
que me hayas dicho ese momento
y yo estaba distraído.
Tal vez una mirada o la forma de cargarme
o tu peinado de aquel día.
Alguna cosa, algún aviso
para entender y no estar ahora importunándote
con mis preguntas.
Quizás ahorita andes de fiesta
embriagándote de historias ya añejadas
o andas detrás de una mujer,
maquillada y guapa, a espaldas de mi abuela,
y yo inoportuno y terco preguntando.
Luego me quedé pensando
la forma de tu respuesta.
Algo dijiste con tu boca pequeña y rosa.
Unas palabras con tu acento gachupín.
Te temblaban los labios, apenas vi tus dientes.
Dijiste cáncer y amor
y otras cosas que no alcancé a escuchar.
Fuiste tan viudo tantos años
que te hacías la sopa y lavabas tus pañuelos solo.
Te armaste muy bien viejo,
nada te arredraba.
Por eso has sido un buen muerto que no das lata,
ni llamas para pedir más novenarios
o más misas,
ni te apareces ni te vistes de fantasma.
Perdóname que ahora yo te distraiga.
Ya encontraré la forma en su momento
y yo te haré la cena y te arreglaré el saco.
Seré tu ayudante muerto contigo. Juntos.
Hasta que otro después piense en preguntarme a mí
cómo es morirse
y tenga que dejarte para esperarlo.
LA VENTANA QUE DA A LA CALLE
Muchas veces he soñado con esa casa
donde viví de niño.
La sigo sintiendo mía y segura
aunque baste para entrar empujar la puerta
sin llave, sin cerraduras:
Empujo, abro y entro
y ahí sigue todo como antes.
Nadie ha entrado a llevarse nada.
He estado en esa casa de antes tantas veces
que en ocasiones me confundo
y ya no sé en donde vivo ahora.
Camino y llego.
Veo la puerta de madera y vidrio,
sé que no tiene seguro
sé que todo sigue ahí,
hasta mi madre que me recibe como soy
ahora, ya de adulto
y me pregunta por lo que ha pasado
en la vida que ya no tuvo.
Yo ando común y corriente por mi casa,
platicando con los muertos,
comiendo fruta que se pudrió hace siglos
y usando ropas y zapatos
que el tiempo convirtió en basura.
Algunas veces me asomo por la ventana de mi cuarto,
la que da a la calle,
y veo la noche. Otra noche.
No a la que le tuve miedo,
sobre todo luego que papá se fue.
Esa noche nueva es distinta.
Sigue negra y solitaria,
a veces húmeda y fría
con las mismas luces que provocaban sombra
a los árboles y a los perros.
Pero verla no me asusta.
Ya no imagino desfiles lentos y silenciosos
de animales nocturnos
que pasan apenas rozando la ventana.
Entonces pongo mi rostro para bañarlo de luz
asomando medio cuerpo por la ventana
pero alguien me toca la espalda
y me dice: duérmete ya, es tarde.
No sabe quien me toca
que yo estoy durmiendo ya en otra parte
y que he venido a la casa para asomarme a la noche.
Para refugiarme de mis días
donde algo siempre me despierta
para que salga de mi casa de niño.
Para que entre a esta vida llana
donde no hay ventanas para asomarse.
ENVIDIA
Para Alejandro Morales Cruz
”Moralitos”
Siempre les dio pena reconocer que estaba loco.
Lo ocultaban en lo posible
o lo callaban con una seña ruda ante la gente.
Él sabía que estaba loco
y creo que eso lo tenía orgulloso.
No entender el mundo o no tener un jefe
o bañarse a pleno invierno con agua helada
por puro gusto.
Ser diferente.
Jamás negó estar loco.
Ni con sus ojos de loco, ni con sus diálogos de loco
o su extraña forma de vestirse como loco:
Fajado arriba del ombligo
con un cinturón de cuero craquelado,
siempre el mismo.
-¿Tú estás loco? Le preguntaban cuando pasaba.
Sí, contestaba sin detenerse, sin voltear.
Andaba a veces en patios ajenos
o arriba de los techos del vecindario.
Y luego las comadres llamando a gritos:
¡Vengan por su hermano que anda suelto!
El loco siempre en paz, no comprendía
porqué disculpas, porqué la pena,
si él solo buscaba nuevas historias
entre macetas de geranios y varillas de proyectos truncos.
Entonces con nuevos gritos lo pastoreaban de regreso,
con engaños y promesas.
Dócil regresaba preguntando siempre qué había hecho.
-Nada hombre, nada. Nos avergüenzas con la gente.
Nos dá pena esta cordura que tenemos.
Nos avergüenza que sepan que te envidiamos.
SOÑAR DESPUES
¿Cómo soñará papá ahora después de tanto tiempo?
¿Seguirá sintiendo el zarpazo que te corta el aliento
cuando sueñas que te caes al vacío?
Comezón ya no siente.
Porque su carne ahora es polvo y lodo.
Lo pude comprobar
cuando abrí su tumba otra vez
después de cuarenta años
para hacerle espacio a su esposa.
Lo vi sin carne
puro traje y zapatos agrietados.
Todo húmedo y la corbata rota
carcomida por los lustros.
Pero sin carne, puros huesos firmes
y aún duros y dispuestos
como espadas de calcio y pequeños puñales de ámbar.
Pero yo sé que sigue soñando.
Tal vez en alguna noche sin nadie vivo a su lado
tenga deseos.
Ahora habla muy quedito pero habla.
Quizás hace planes para los años próximos.
Sabe, y también ahora su cohabitante,
que tiempo es ya solo palabra,
que no hay salida, que no hay remedio.
Es entonces cuando sueña,
aunque yo no sé todavía como lo hace.
Yo ya no quepo en su recámara de tierra.
Ya no podré ponerme sus zapatos.
No habrá forma que me los preste
para usarlos en mi funeral.
Me iré a dormir a otro cuarto.
Aunque grite, aunque llore, aunque lo llame.
El seguirá soñando a su manera
y yo tendré que inventar
otras historias para soñar.
Me daré cuenta hasta entonces
lo solo que uno se queda cuando muere.
Sobre todo
cuando no habrá mañana posible
para contarle a alguien
frente al desayuno lo que ha soñado.
INVASION
En las noches cuando duermes,
me introduzco arbitrariamente a tus sueños.
A veces solo paso frente a ti
o me siento en silencio en la mesa de al lado,
o me pongo adrede atrás de ti en el espejo.
Rara vez me hablas, con suerte me sonríes.
Me cuentas algo que enseguida olvido,
me observas como a alguien con aire familiar
y alguna vez te toqué el hombro en la fila del banco
para preguntarte cualquier cosa.
Cuando despiertas estás confundida.
Hace tanto tiempo que no me ves en tu vida
ni recuerdas mi teléfono ni el rumbo de mi casa.
Son extraños para ti esos sueños sin sentido.
Aún no adviertes que todo es un truco mío
para estar en ti sencillamente.
Lo he perfeccionado noche a noche.
He tenido que abandonar tantas historias
que podría soñar. Soñar mis sueños, es decir.
Narrar historias propias, revivir mi día, incinerar recuerdos.
Pero yo solo sé que todo este acto de escapismo que me hago
es con la sola intención que nunca
me condenes a muerte con tu olvido.
BÚSQUEDA
Qué breve es el silencio, qué larguísima la noche.
Salir en las madrugadas en las horas detenidas
para buscar las fracturas del silencio.
Algo lejano que apenas llegue:
Un ladrido, una música en el viento,
un auto que se marcha, una corriente de agua.
Algo que avise que ahí sigue el mundo.
Detenerse en medio de los segundos
a esperar de pie a la vida.
Algunas veces solo se espera entre las sombras.
Nada quiebra la penumbra del silencio.
Como un fantasma que va tanteando a ciegas
buscando su propio cuerpo.
Yo me he quedado algunas noches suspendido
fuera del pequeñísimo universo de mí mismo.
No me hallo, no encuentro mi existencia.
Soy testigo de no ser, como si me hubiera ido.
Luego una voz que me llama, que me busca
de alguien que se alarma con mi ausencia.
Es entonces cuando regreso de aquel que no fui un instante
y me doy cuenta de que existo.
Mi cuerpo ya no advierte ningún silencio.
Vuelvo a escuchar todo, a escucharme
y doy voces en plena madrugada:
“Aquí, aquí, solo salí a buscarme”
ARROYO
Veíamos el arroyo pasar.
Nos asomábamos recargados en un barandal de madera
Asombrados de tener un río pequeño tan cerca de casa.
Lanzábamos piedritas al arroyo
y alguna vez yo lancé un barquito de papel
pero encalló en una rama y la corriente lo deshizo.
Algunos sábados era solo eso:
ir a ver pasar el arroyo y escuchar el sonido de la corriente.
Pasábamos buen rato ahí, viendo y escuchando.
Algunos llevaban cosas para comer.
Compartíamos lo que hubiera: galletas, fruta, sánwiches,
hasta que era hora de regresar a casa.
Un día, a punto de partir, mi primo prendió un cigarro
y todos guardamos el secreto.
Aquellos amigos ya no están en el barrio y ya no sé de ellos.
Mi primo ya murió.
Si estuviera vivo podría recordar con él
los sábados cuando íbamos a ver
cómo se hundían las piedritas en el arroyo y tal vez
alguno recordaría el naufragio de mi barco de papel.
Pero ya no está nadie que sirva de testigo.
Cuando voy de regreso a casa
Me gusta pasar por el barandal que ahí sigue
aunque el arroyo ya no pasa, se secó.
Tal vez mis amigos y mi primo
lo sigan viendo y escuchando en otra parte.
Y me están esperando
para tirar piedritas a su corriente.
SEÑAL
Un día abrirás la puerta de la alcoba
para encontrarme, la cara apoyada en el vidrio de la ventana
que da a la calle, sin respirar pero soñando.
Entonces supondrás que ya he llegado,
que ahora sí pude salir del encierro
y me quedé a dormir sin sueño
pero soñando cosas distintas, que sin embargo,
no habrá manera de contártelas.
No podrás saber de los episodios fantásticos
donde se vuela o se vive bajo el agua,
porque así andaré, ligero, sin dolores ni pasos lentos,
sin nada definitivo y todo a cuestas.
Porque será el tiempo sin minutos
donde todos los que habremos llegado
viviremos como en una gran palangana
de aguas diamantinas,
saliendo de vez en cuando, cristalinos y traslúcidos
para asomarnos a otros patios, o fondos o cielos,
para ver de lejos a los que no han llegado.
Hallándote, mandaré que te sirvan un plato grande de helado
como los que te gusta comer a veces los domingos por las tarde.
Mandaré que le pongan un sabor único, sublime.
Al detener su textura blanda entre tu lengua y tu paladar
confirmarás que he llegado.
DESEMBARCO
En el desembarco de las lanchas de pesca
ayer en la playa,
vi entre las redes de los pescadores
a mi muerte atrapada como un enorme pez.
A la hora en que llegaron a la costa
ya aleteaba poco y abría la boca lentamente.
Vi como la bajaron
como si bajaran a una mujer hermosa
y temieran herirla con sus garfios
o maltratarla con sus manos ampolladas.
Mi muerte estaba gris y apenas abría los ojos.
Cuando los pescadores la cargaban
pasaron a mi lado.
Mi muerte me vio.
La vi triste, muy sola,
como alguien que no tiene un solo pariente en la vida.
Yo no sé qué parentesco tengo con mi muerte.
Nunca he revisado mi árbol genealógico.
No sé si ella es tronco o rama
o yo hoja o fruto.
Lo cierto es que ayer al verla
me dio tanta compasión su desamparo.
PASEO
Estás apenas a un palmo de mis huellas,
debajo, a un puñado de tierra de distancia.
Por eso no tengo miedo.
Ahí estás detrás de la cortina.
Un solo grito mío te despertaría
y vendrías corriendo
Como venías a mi cama
entre la madrugada con tus ojos de paloma.
Ahí estás durmiendo,
sin anillos y con un collar de perlas.
Nadie distrae tu sueño.
No necesitaste un vaso de leche tibia
ni contar ovejas.
Duermes, yo sé que duermes.
Ordené que lloráramos quedito
para que no te despertaras.
Te dejamos puestos
también tus anteojos y tu dentadura entera
por si en medio de la noche eterna te levantas,
no vayas tanteando en lo oscuro de tu limbo
buscando las cosas de tu vida.
Si lo prefieres dame un grito
en mi próximo sueño en que te sueñe.
Grítame y vengo a verte
para que vayamos a dar la vuelta
a ninguna parte, a que veas los árboles,
los gatos, los gallos que a veces cruzan la calle,
para que te rías de esa fauna mansa.
Te traigo tu escapulario
y la virgen pequeñita
que apretabas en tu puño cuando rezabas.
Así, ni tú ni yo tendremos miedo
y podremos seguir paseando
toda esta vida y la que sigue, como antes.
Post Data
También te llevo pan del que te gusta
por si te despiertas con hambre.
Te lo prometo.
LOS ABANDONADOS
Los he visto solos en las mesas de los cafés
o caminando por las aceras
buscando lo que ya no está.
Los he visto en las esquinas
como si esperaran algo
o tratando de recordar
si alguien los ha citado en algún sitio.
Los he visto tocar a las puertas
de las casas abandonadas
y asomarse a las ventanas
diciendo con voz ahogada algún nombre.
Los he visto con cara de asombro
ver en el diario las esquelas
y preguntar la fecha
con una tristeza sin tiempo.
Los he visto con ropa antigua
y zapatos viejos y gastados,
con sombreros anacrónicos
y bastones como espadas abatidas.
Te llaman con nombres equivocados,
te preguntan por parientes que ya murieron
y se quedan callados, pensativos,
como esperando algo que parece
que los ha dejado abandonados.