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lunes, septiembre 9, 2024

 LETRAS DE PUERTAS ABIERTAS

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POR FEDERICO FERNÁNDEZ

CÓMO MORIR

Enséñame a morir, le pedí a mi abuelo.

Se lo pedí pensando, claro está

porque mi abuelo murió hace mucho tiempo.

Tú eres experto, le dije.

Sabes mucho de la muerte ¿cómo es?

Tienes tantos años viviendo muerto

que conoces muy bien sus laberintos.

Hace tanto que estás así

que ya te conocen todos y tú a ellos.

Te sabes al dedillo sus nombres 

y quién vive en cada callejón,

a quién le rezan todavía 

y a quien olvidaron hace tiempo.

¿Nos conoces a nosotros

aún lo que llegaron mucho después de que te fuiste?

Enséñame cómo es estar muerto.

 

Busco aquel retrato que nos hicieron

pocos días antes de tu muerte

para ver si hay alguna señal, algún mensaje secreto

que me hayas dicho ese momento

y yo estaba distraído.

Tal vez una mirada o la forma de cargarme

o tu peinado de aquel día.

Alguna cosa, algún aviso

para entender y no estar ahora importunándote 

con mis preguntas.

Quizás ahorita andes de fiesta

embriagándote de historias ya añejadas

o andas detrás de una mujer,

maquillada y guapa, a espaldas de mi abuela,

y yo inoportuno y terco preguntando.

 

Luego me quedé pensando

la forma de tu respuesta.

Algo dijiste con tu boca pequeña y rosa.

Unas palabras con tu acento gachupín.

Te temblaban los labios, apenas vi tus dientes.

Dijiste cáncer y amor

y otras cosas que no alcancé a escuchar.

Fuiste tan viudo tantos años

que te hacías la sopa y lavabas tus pañuelos solo.

Te armaste muy bien viejo,

nada te arredraba.

Por eso has sido un buen muerto que no das lata,

ni llamas para pedir  más novenarios 

o más misas,

ni te apareces ni te vistes de fantasma.

Perdóname que ahora yo  te distraiga.

Ya encontraré la forma en su momento

y yo te haré la cena y te arreglaré el saco.

Seré tu ayudante muerto contigo.  Juntos.

Hasta que otro después piense en preguntarme a mí

cómo es morirse

y tenga que dejarte para esperarlo.

 

LA VENTANA QUE DA A LA CALLE

Muchas veces he soñado con esa casa 

donde viví de niño.

La sigo sintiendo mía y segura

aunque baste para entrar empujar la puerta

sin llave, sin cerraduras:

Empujo, abro y entro

y ahí sigue todo como antes.

Nadie ha entrado a llevarse nada.

He estado en esa casa de antes tantas veces

que en ocasiones me confundo

y ya no sé en donde vivo ahora.

 

Camino y llego.

Veo la puerta de madera y vidrio,

sé que no tiene seguro

sé que todo sigue ahí, 

hasta mi madre que me recibe como soy

ahora, ya  de adulto

y me pregunta por lo que ha pasado

en la vida que ya no tuvo.

Yo ando común y corriente por mi casa,

platicando con los muertos, 

comiendo fruta que se pudrió hace siglos

y usando ropas y zapatos

que el tiempo convirtió en basura.

Algunas veces me asomo por la ventana de mi cuarto,

la que da a la calle,

y veo la noche. Otra noche.

No a la que le tuve miedo,

sobre todo luego que papá se fue.

Esa noche nueva es distinta.

Sigue negra y solitaria,

a veces húmeda y fría

con las mismas luces que provocaban sombra

a los árboles y a los perros.

Pero verla no me asusta. 

Ya no imagino desfiles lentos y silenciosos

de animales nocturnos

que pasan apenas rozando la ventana.

Entonces pongo mi rostro para bañarlo de luz

asomando medio cuerpo por la ventana

pero alguien me toca la espalda 

y me dice: duérmete ya, es tarde.

No sabe quien me toca

que yo estoy durmiendo ya en otra parte

y que he venido a la casa para asomarme a la noche.

Para refugiarme de mis días

donde algo siempre me despierta

para que salga de mi casa de niño.

Para que entre a esta  vida llana

donde no hay ventanas para asomarse.

 

ENVIDIA

Para Alejandro Morales Cruz

                            ”Moralitos”

Siempre les dio pena reconocer que estaba loco.

Lo ocultaban en lo posible

o lo callaban con una seña ruda ante la gente.

Él sabía que estaba loco

y creo que eso lo tenía orgulloso.

No entender el mundo o no tener un jefe

o bañarse a pleno invierno con agua helada

por puro gusto. 

Ser diferente.

Jamás negó estar loco.

Ni con sus ojos de loco, ni con sus diálogos de loco

o su extraña forma de vestirse como loco:

Fajado arriba del ombligo 

con un cinturón de cuero craquelado, 

siempre el mismo.

-¿Tú estás loco? Le preguntaban cuando pasaba.

Sí, contestaba sin detenerse, sin voltear.

 

Andaba a veces en patios ajenos

o arriba de los techos del vecindario.

Y luego las comadres llamando a gritos:

¡Vengan por su hermano que anda suelto!

El loco siempre en paz, no comprendía

porqué disculpas, porqué la pena, 

si él solo buscaba nuevas historias

entre macetas de geranios y varillas de proyectos truncos.

Entonces con nuevos gritos lo pastoreaban de regreso,

con engaños y promesas.

Dócil regresaba preguntando siempre qué había hecho.

-Nada hombre, nada. Nos avergüenzas con la gente.

Nos dá pena esta cordura que tenemos.

Nos avergüenza que sepan que te envidiamos.

 

SOÑAR DESPUES

¿Cómo soñará papá ahora después de tanto tiempo?

¿Seguirá sintiendo el zarpazo que te corta el aliento

cuando sueñas que te caes al vacío?

Comezón ya no siente.

Porque su carne ahora es polvo y lodo.

Lo pude comprobar

cuando abrí su tumba otra vez

después de cuarenta años

para hacerle espacio a su esposa.

Lo vi sin carne

puro traje y zapatos agrietados.

Todo húmedo y la corbata rota

carcomida por los lustros.

Pero sin carne, puros huesos firmes

y aún duros y dispuestos

como espadas de calcio y pequeños puñales de ámbar.

Pero yo sé que sigue soñando.

Tal vez en alguna noche sin nadie vivo a su lado

tenga deseos.

Ahora habla muy quedito pero habla.

Quizás hace planes para los años próximos.

Sabe, y también ahora su cohabitante,

que tiempo es ya solo palabra,

que no hay salida, que no hay remedio.

Es entonces cuando sueña,

aunque yo no sé todavía como lo hace.

 

Yo ya no quepo en su recámara de tierra.

Ya no podré ponerme sus zapatos.

No habrá forma que me los preste

para usarlos en mi funeral.

Me iré a dormir a otro cuarto.

Aunque grite, aunque llore, aunque lo llame.

El seguirá soñando a su manera

y yo tendré que inventar

otras historias para soñar.

Me daré cuenta hasta entonces

lo solo que uno se queda cuando muere.

Sobre todo

cuando no habrá mañana posible

para contarle a alguien

frente al desayuno lo que ha soñado.

 

INVASION

En las noches cuando  duermes,

me introduzco arbitrariamente a tus sueños.

A veces solo  paso frente a ti

o me siento en silencio en la mesa de al lado,

o me pongo adrede atrás de ti en el espejo.

Rara vez me hablas, con suerte me sonríes.

Me cuentas algo que enseguida olvido,

me observas como a alguien con aire familiar

y alguna vez te toqué el hombro en la fila del banco

para preguntarte cualquier cosa.

Cuando despiertas estás confundida.

Hace tanto tiempo que no me ves en tu vida

ni recuerdas mi teléfono ni el rumbo de mi casa.

Son extraños para ti esos sueños sin sentido.

Aún no adviertes que todo es un truco mío 

para estar en ti sencillamente.

Lo he perfeccionado noche a noche.

He tenido que abandonar tantas historias

que podría soñar. Soñar mis sueños, es decir.

Narrar historias propias, revivir mi día, incinerar recuerdos.

Pero yo solo sé que todo este acto de escapismo que me hago

es con la sola intención que nunca

me condenes a muerte con tu olvido.

 

BÚSQUEDA

Qué breve es el silencio, qué larguísima la noche.

Salir en las madrugadas en las horas detenidas

para buscar las fracturas del silencio.

Algo lejano que apenas llegue:

Un ladrido, una música en el viento,

un auto que se marcha, una corriente de agua.

Algo que avise que ahí sigue el mundo.

Detenerse en medio de los segundos

a esperar de pie a la vida.

Algunas veces solo se espera entre las sombras.

Nada quiebra la penumbra del silencio.

Como un fantasma que va tanteando a ciegas

buscando su propio cuerpo.

 

Yo me he quedado algunas noches suspendido

fuera del pequeñísimo universo de mí mismo.

No me hallo, no encuentro mi existencia.

Soy testigo de no ser, como si me hubiera ido.

Luego una voz que me llama, que me busca

de alguien que se alarma con mi ausencia.

Es entonces cuando regreso de aquel que no fui un instante

y me doy cuenta de que existo.

Mi cuerpo ya no advierte ningún silencio.

Vuelvo a escuchar todo, a escucharme

y doy voces en plena madrugada:

“Aquí, aquí, solo salí a buscarme”

 

ARROYO

Veíamos el arroyo pasar.

Nos asomábamos recargados en un barandal de madera

Asombrados de tener un río pequeño tan cerca de casa.

Lanzábamos piedritas al arroyo

y alguna vez yo lancé un barquito de papel

pero encalló en una rama y la corriente lo deshizo.

Algunos sábados era solo eso:

ir a ver pasar el arroyo y escuchar el sonido de la corriente.

Pasábamos buen rato ahí, viendo y escuchando.

Algunos llevaban cosas para comer.

Compartíamos lo que hubiera: galletas, fruta, sánwiches,

hasta que era hora de regresar a casa.

Un día, a punto de partir, mi primo prendió un cigarro

y todos guardamos el secreto.

Aquellos amigos ya no están en el barrio y ya no sé de ellos.

Mi primo ya murió.

Si estuviera vivo podría recordar con él

los sábados cuando íbamos a ver

cómo se hundían las piedritas en el arroyo y tal vez

alguno recordaría el naufragio de mi barco de papel.

Pero ya no está nadie que sirva de testigo.

 

Cuando voy de regreso a casa

Me gusta pasar por el barandal que ahí sigue

aunque el arroyo ya no pasa, se secó.

Tal vez mis amigos y mi primo

lo sigan viendo y escuchando en otra parte.

Y me están esperando 

para tirar piedritas a su corriente.

 

SEÑAL

Un día abrirás la puerta de la alcoba

para encontrarme, la cara apoyada en el vidrio de la ventana 

que da a la calle, sin respirar pero soñando.

Entonces supondrás que ya he llegado,

que ahora sí pude salir del encierro

y me quedé a dormir sin sueño

pero soñando cosas distintas, que sin embargo,

no habrá manera de contártelas.

No podrás saber de los episodios fantásticos

donde se vuela o se vive bajo el agua,

porque así andaré, ligero, sin dolores ni pasos lentos, 

sin nada definitivo y todo a cuestas.

Porque será el tiempo sin minutos

donde todos los que habremos llegado

viviremos como en una gran palangana

de aguas diamantinas,

saliendo de vez en cuando,  cristalinos y traslúcidos

para asomarnos a otros patios, o fondos o cielos,

para ver de lejos a los que no han llegado.

Hallándote,  mandaré que te sirvan un plato grande  de helado

como los que te gusta comer a veces los domingos por las tarde.

Mandaré que le pongan un sabor único, sublime.

Al detener su textura blanda entre tu lengua y tu paladar

confirmarás que he llegado.

 

DESEMBARCO

En el desembarco de las lanchas de pesca

ayer en la playa,

vi entre las redes de los pescadores

a mi muerte atrapada como un enorme pez.

A la hora en que llegaron a la costa

ya aleteaba poco y abría la boca lentamente.

Vi como la bajaron

como si bajaran a una mujer hermosa

y temieran herirla con sus garfios

o maltratarla con sus manos ampolladas.

Mi muerte estaba gris y apenas abría los ojos.

Cuando los pescadores la cargaban

pasaron a mi lado.

Mi muerte me vio.

La vi triste, muy sola,

como alguien que no tiene un solo pariente en la vida.

Yo no sé qué parentesco tengo con mi muerte.

Nunca he revisado mi árbol genealógico.

No sé si ella es tronco o rama

o yo hoja o fruto.

Lo cierto es que ayer al verla

me dio tanta compasión su desamparo.

 

PASEO

Estás apenas a un palmo de mis huellas,

debajo, a un puñado de tierra de distancia.

Por eso no tengo miedo.

Ahí estás detrás de la cortina.

Un solo grito mío te despertaría

y vendrías corriendo

Como venías a mi cama

entre la madrugada con tus ojos de paloma.

Ahí estás durmiendo,

sin anillos y con un collar de perlas.

Nadie distrae tu sueño.

No necesitaste un vaso de leche tibia

ni contar ovejas.

Duermes, yo sé que duermes.

Ordené que lloráramos quedito

para que no te despertaras.

Te dejamos puestos 

también tus anteojos y tu dentadura entera

por si en medio de la noche eterna te levantas, 

no vayas tanteando en lo oscuro de tu limbo

buscando las cosas de tu vida.

Si lo prefieres dame un grito

en mi próximo sueño en que te sueñe.

Grítame y vengo a verte

para que vayamos a dar la vuelta

a ninguna parte, a que veas los árboles,

los gatos, los gallos que a veces cruzan la calle, 

para que te rías de esa fauna mansa.

Te traigo tu escapulario

y la virgen pequeñita

que apretabas en tu puño cuando rezabas.

Así, ni tú ni yo tendremos miedo

y podremos seguir paseando

toda esta vida y la que sigue, como antes.

 

Post Data

También te llevo pan del que te gusta

por si te despiertas con hambre.

Te lo prometo.

 

LOS ABANDONADOS

Los he visto solos en las mesas de los cafés

o caminando por las aceras

buscando lo que ya no está.

Los he visto en las esquinas

como si esperaran algo

o tratando de recordar

si alguien los ha citado en algún sitio.

Los he visto tocar a las puertas

de las casas abandonadas

y asomarse a las ventanas 

diciendo con voz ahogada algún nombre.

Los he visto con cara de asombro

ver en el diario las esquelas

y preguntar la fecha

con una tristeza sin tiempo.

Los he visto con ropa antigua

y zapatos viejos y gastados,

con sombreros anacrónicos

y bastones como espadas abatidas.

 

Te llaman con nombres equivocados,

te preguntan por parientes que ya murieron

y se quedan callados, pensativos,

como esperando algo que parece 

que los ha dejado abandonados.

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