POR ALICIA CABALLERO GALINDO
Marianne miró el reloj y cerró su computadora; ya había terminado los pendientes de la semana. Era viernes y pasaría sábado y domingo con Rubén, su novio. A pesar de que su familia era muy conservadora, había entendido que, a sus 34 años, tenía derecho a ciertas libertades como esa. Toda la semana trabajaba duro y algunas veces pasaba con él uno o dos días. Era una chica seria, independiente y no estaba muy segura de casarse aún, Aunque se lo ha pedido él más de una vez. Le costaba trabajo renunciar a su independencia. Ganaba bien como abogada responsable del departamento legal de aquella empresa dedicada a vender material eléctrico para construcciones. El trabajo era relativamente tranquilo. Ese fin de semana habían programado salir al campo en una finca a orillas de un lago. Las grandes ciudades como la capital del país, eran un tanto estresantes y una salida fuera del bullicio era una delicia. Subió a su automóvil y veinte minutos después estaba frente al edificio donde estaba el departamento de Rubén en el quinto piso. Él también era abogado pero atendía desde su bufete los asuntos legales de varias empresas, su trabajo era muy demandante porque manejaba intereses económicos fuertes de una transnacional dedicada a la perfumería. Saludó al portero que se veía un poco aturdido, tal vez por su edad, ya pasaba de los sesenta y tantos años.
-Buenas noches don Pedro, lo veo medio triste.
– No es nada, niña, cosas de viejos, no se preocupe.
Le dedicó una sonrisa y una palmada cariñosa en el hombro y subió al elevador. Sacó la llave de su bolso, abrió la puerta, y entró. Sólo llevaba un neceser con una muda de ropa para el fin de semana y su bolsa de mano.
-Llegué amor, sacaré del refrigerador la botella de tinto para disfrutar una copa antes de irnos. ¿Ya estás listo? ¿Rubén?
Dejó en la sala sus cosas y mientras hablaba se dirigió a la cocina y tomó dos copas; buscó el vino y… se extrañó de no recibir respuesta. Decidió entrar a la recámara esperando encontrarlo y no estaba, dejó las copas y la botella en una mesita de noche. Vio que la maleta pequeña estaba lista sobre la cama. Extrañada, se dirigió al baño y quedó paralizada por el miedo y el dolor al ver a Rubén tirado boca arriba, en un charco de sangre, con una palidez inconfundible y los ojos abiertos, pero ya sin luz, mirando a un punto inexistente. Por unos segundos que parecieron eternos, contempló aquella escena con el corazón en la garganta y al reaccionar, contuvo el deseo de tocarlo; como abogada, sabía que no debía hacerlo, hasta ese momento, comprendió la magnitud de la situación y se salió corriendo. Se sentó a llorar en la cocina mientras se tranquilizaba. Rubén yacía muerto en el baño totalmente vestido y listo para salir de fin de semana como lo habían planeado. Se levantó a tomar una servilleta para secar sus lágrimas y en ese momento, escuchó leves pisadas sobre la alfombra y sintió que alguien salía del departamento. Corrió a la puerta, pero…no vio a nadie en el largo pasillo, seguro fue su imaginación, su bolsa de mano y su maleta seguían ahí. El edificio donde estaba su departamento estaba enclavado en una colonia de buen nivel, era algo muy extraño todo eso. El cuerpo a simple vista, no presentaba herida alguna, pero la sangre fluía, lo que implicaba que cobardemente lo atacaron por la espalda, a traición…
Después de unos momentos, tomó su celular de la bolsa, marcó a la policía y esperó… pasaron unos diez minutos y el sonido de patrullas y ambulancias se escuchó seguido de pasos apresurados de muchas personas. Al poco tiempo el departamento se vio invadido de policías e investigadores con guantes de látex para no contaminar la escena. Marianne fue interrogada una y otra vez y ella, con los ojos enrojecidos, por el llanto trató de serenarse y responder. Ya había oscurecido, desde la ventana, Marianne vio encenderse las luces de la ciudad y en ese momento, decidió hablarles a sus padres para darles la triste noticia. Ellos estimaban a Rubén y tenían la secreta esperanza de que se convirtiera en su esposo. Se encaminó a la sala donde había dejado su bolso para tomar su celular de nuevo y llamarlos al hacerlo, descubrió un papel de cuaderno con letra garabateada que apareció de la nada, era extraño; lo guardó de nuevo, luego lo leería, controlando su curiosidad por el papel en su bolso, avisó a sus padres del incidente comunicándoles que regresaría con ellos en cuanto pudiera.
Había mucha gente extraña en el departamento removiendo todo, le parecía una pesadilla. El cuerpo de Rubén había sido retirado no sin antes descubrir una herida infringida con un cuchillo en su espalda a simple vista parecía que perforaron el pulmón y tal vez el corazón. El arma homicida no se veía por ninguna parte. Ella prefirió no ver cuando lo levantaron del piso del baño. Sólo acarició su rostro cuando lo llevaban en la camilla, ¡fue muy duro! Ya habían cerrado sus ojos. Sintió un gran vacío y llamó de nuevo a sus padres para decirles lo que había pasado.
-Te acompaño hijita, voy para allá. Decía su padre
-No papá, estoy bien; en cuanto pueda regreso a la casa. Además, no te permitirán entrar. Espero poder retirarme cuanto antes, yo te aviso, papá.
Marianne se estremeció pensando en la familia de Rubén, pero éste era muy reservado y ella no sabía nada de ellos, sólo se comunicaba con su padre. En cuanto se lo permitieran buscaría su celular y ahí debía tener algo.
Poco a poco empezó a despejarse el departamento y el último en salir fue el Inspector Carlos Amezcua, le dejó su tarjeta y le recomendó que estuviera cerca, donde pudiera ser localizada para cualquier cosa. Le dijo que no debía quedarse en el lugar, podía alterar evidencias. Por fin cerró la puerta del departamento y se dispuso a buscar el celular de Rubén, para localizar a su padre. En ese momento escuchó el timbre de mensaje enviado y localizó el teléfono en la maleta que se llevaría al campo, y por alguna razón no la abrieron.
Era un mensaje de texto que inexplicablemente estaba dirigido a ella y acababa de llegar:
“Vete de ahí, Marianne, corres peligro… te amo”.
¿Un mensaje para ella en el cel de… Rubén?, ¡era de él!
– ¡Eso es imposible!
Marianne se quedó anonadada con aquel extraño mensaje; no era posible que Rubén se comunicara ¡estaba muerto! Su corazón latía de prisa, estaba desconcertada, adolorida, un poco aturdida por los acontecimientos. Escuchaba las voces de dos policías que estaban en la puerta del departamento esperando que saliera para sellar la entrada. Guardó el teléfono de su novio en la bolsa con manos temblorosas y escuchó ruidos en el balcón del departamento en ese momento sintió que debía salir de inmediato. Tomó su neceser, su bolsa de mano y se dispuso a salir, antes paseó la vista por aquella recámara llena de recuerdos dulces, contempló su fotografía sobre la mesa de noche…no pudo evitar que las lágrimas acudieran de nuevo a sus ojos pensando que no lo volvería a ver, muy tarde comprendió el gran amor que la unía a él… sin pensarlo, tomó su retrato y se lo llevó.
Al salir, los policías pusieron un sello a la puerta. Al llegar a la entrada, el viejo portero, sólo le dijo tocándole el hombro
-Él la amaba señorita, lo siento mucho… Cierre su bolsa, parece que la lleva abierta.
En ese momento se dio cuenta del detalle y cerró su bolsa, se encaminó a su auto mirando para todos lados, estaba aterrorizada por todo lo que vivió. Ya eran cerca de las doce de la noche y se estremeció. En ese momento escuchó la voz de su padre -Te estaba esperando hijita; como tardaste, no quise llamarte y decidí venir. Marianne se abrazó a su padre llorando
– ¡Lo mataron papá! No sé por qué; debí aceptar casarme con él cuando me lo pidió, ahora es tarde… Su padre la abrazó en silencio unos momentos y después le requirió
-Es tarde, debemos irnos, me vine en el Metro, para acompañarte ¡Animo hijita!
Los dos subieron al vehículo y al partir, Marianne creyó que alguien detrás ellos, arrancaba al mismo tiempo, no dijo nada, pero se detuvo en una tienda de conveniencia
-Voy a comprar unas pastillas para el dolor de cabeza, papá, no tardo.
No supo del vehículo que suponía que los seguía, pero vio a un hombre joven con cachucha entrar casi al mismo tiempo que ella, al parecer buscaba distraídamente en los pasillos de la tienda, ella, se quedó en el mostrador, y llamó a su padre para que la acompañara, cuando entró don Sebastián, el papá, de inmediato se retiró el hombre de la cachucha sin comprar nada.
Al subirse ambos al automóvil, dijo a su padre -Creo que alguien nos sigue; lo bueno es que no podrá saber dónde vivimos porque no lo dejarán entrar al fraccionamiento. Le diremos al vigía que esté alerta.
Aparentemente nadie los siguió y llegaron sin problemas a su casa. Ya en su habitación Marianne abrió su bolso y sacó dos cosas que le inquietaban; el celular de Rubén que por suerte no requirió la policía y la hoja de cuaderno con algo escrito, desarrugó el papel y leyó:
“Cuídese señorita, esos hombres son peligrosos, la pueden lastimar también a usted. El Lic. Rubén era una buena persona. El último en verlo fue un cliente que llegó en una limusina con dos ayudantes más, uno se bajó con él y el otro se quedó en el automóvil, cuando usted subió vi bajar apresuradamente al cliente, el otro, no lo vi bajar…”
Se quedó paralizada por el miedo; entonces era posible que la estuvieran siguiendo, recordó los ruidos que escuchó en el balcón. En ese momento llamó al Inspector Amezcua y le dijo que le urgía hablar con él al día siguiente a primera hora.
-Yo iré a su casa, no debe arriesgarse, la veo a las nueve, aquí en el expediente tengo su dirección. Hasta mañana.
Fue lacónico pero amable. La muchacha se quedó dando vueltas en su cama hasta que el sueño la venció en la madrugada. Antes de dormir, de nuevo sacó el celular de Rubén y descubrió otro mensaje: “busca en el retrato ten cuidado, te amo”. No se podía explicar lo imposible…
A pesar de no haber podido dormir en toda la noche, por el mensaje de Rubén, a las nueve, estaba lista para ver al Inspector Amezcua, que llegó puntual. Cuando se saludaron, y lo miró a los ojos, sintió una extraña sensación de confianza al contacto con su cálida mano que la hizo estremecer, él también debió sentir algo parecido porque se sonrojó y la soltó con una sonrisa extraña.
No se atrevió a contarle lo del celular, pero sí lo del recado, recordó que el portero hizo mención de su bolsa de mano.
Hablaron largamente y decidieron ir de nuevo al edificio y hablar con el portero, pero al llegar, descubrieron que amaneció muerto en la portería, algo extraño, al parecer se desnucó al caer de su propia altura…
Con el corazón en la garganta, subieron al departamento de Rubén y encontraron todo revuelto, probablemente usaron el balcón para entrar, el departamento vecino estaba desocupado…
En ese momento, Marianne le dijo a Carlos, el Inspector que debía mostrarle algo, pero no en ese lugar, era peligroso. Salieron del edificio y se sentaron en una cafetería cercana y ella, le mostró los mensajes del teléfono de Rubén. El inspector se mostró escéptico; no era posible tal cosa…Ella sacó de su bolso el cuadro y al abrirlo, descubrieron una tarjeta SD y se quedaron sin habla.
-La tarjeta debe estar en sus manos inspector, tal vez ahí está la clave de todo.
Se levantaron y se dirigieron a su automóvil, pero el Inspector descubrió que alguien los seguía de cerca. Todo fue rápido, el hombre intentó arrebatarle el bolso de mano a Marianne, pero el Inspector lo derribó de inmediato y lo amenazó con su arma, pidió apoyo a un policía que rondaba por ese lugar, después de identificarse, y en poco tiempo todo estaba bajo control. Se escuchó una detonación y el hombre capturado murió instantáneamente con un certero disparo en la cabeza…
Después del incidente, ya en la delegación de policía, revisaron la tarjeta y descubrieron en ella, un expediente importante de un prestigiado comerciante de perfumes que estaba contrabandeando droga, se movieron rápido y pudieron desmantelar un operativo ilícito que Rubén había descubierto y le costó la vida…
El Inspector Carlos Amezcua, fue ascendido por su descubrimiento y él le agradeció a Marianne su participación, pues sin ella, no lo hubiera logrado, el celular de Rubén se apagó; al revisarlo, ella descubrió que no tenía chip… Lo imposible…Entendió que el amor puede traspasar las berreras del tiempo y la muerte.
Carlos y Marianne, empezaron a salir y ella se enteró por sus pláticas que era viudo y … ¡Bueno! Es pronto para pensarlo, pero… dos soledades compartidas, pueden resultar… tal vez, ¡el tiempo lo dirá! Lo que sí es cierto es que ambos se atraían.