Autoestima y Autonomía: la dupla invisible que sostiene la vida.
Por Jorge Chávez Mijares
Hoy no voy a hablar de política ni de elecciones judiciales. Vamos a oxigenar la lectura dominical con algo muy de familia; las redes sociales están saturadas de la polarización que la elección de hoy ha provocado en los mexicanos.
Esta semana que recién pasó tuve dos experiencias que me orillaron a escribir la presente columna. La primera fue la comunicación que tuve con mis hijos Isaac y Monserrat que me hicieron planteamientos de su existencia presente solicitándome consejo para sus vidas. Siempre he pensado que, a cierta edad, la confianza de los hijos es una puerta que se abre de adentro; y al menos para mi, dicha puerta se sigue abriendo.
La otra vivencia fue la crítica que un amigo hizo del hábito que tengo de subir mis actividades de ejercicio a mis redes sociales que en Instagram me genera muy pocos “Likes” e incluso a veces cero, causa efecto generacional. Mis publicaciones personales no las hago para generar likes, tienen una razón y un objetivo que se cumplen. Estas dos vivencias me llevaron a meditar en dos palabras maravillosas.
Querido lector, hay palabras que se pronuncian con ligereza, pero que, cuando se ausentan, el alma cruje como casa vieja en medio de una tormenta. Dos de esas palabras son Autoestima y Autonomía. A menudo las relegamos al lenguaje de los psicólogos o de los talleres motivacionales cuando deberíamos tenerlas siempre presentes, sin advertir que en ellas descansa, calladamente, buena parte del equilibrio emocional de jóvenes y adultos, mis hijos y yo.
A fuerza de observar a mis hijos he aprendido que un joven que no se estima a sí mismo difícilmente podrá levantar vuelo. Duda de cada decisión, se somete al juicio de los otros, necesita aprobación como quien necesita oxígeno. Y la conclusión derivada es que cuando no se siente capaz, tampoco se siente libre. La autonomía no germina en tierra árida. Por eso, un muchacho que ha sido criado con respeto, que ha sido escuchado y no sólo corregido, que ha aprendido a decir “no” sin culpa y “sí” sin miedo, tendrá más herramientas para caminar con paso propio, incluso si el camino se vuelve cuesta arriba.
Sesudo lector maduro, esta ecuación no es exclusiva de la juventud. A los 40, a los 50, a los 60… también se tambalean estas columnas. Hay adultos con carreras exitosas que no saben decir lo que sienten, que su edad los limita, “Cómo voy a hacer eso a mi edad”, que viven atados a lo que otros esperan de ellos. Son autónomos en apariencia, pero no en esencia. Y hay otros que, al reencontrarse con su autoestima —esa voz interna que durante años fue silenciada por la culpa, los asfixiantes requisitos sociales, el deber o el miedo— logran reinventarse y florecer en etapas donde “ya no tocaba”.
Aprendo de mis hijos y aprendo de mis muchos errores que Autoestima y Autonomía no se compran, no se heredan, no se instalan como una aplicación de celular. Se cultivan. En casa, en la escuela, en los afectos, en las personas que permites sean parte de tu entorno. Y se cultivan, sobre todo, a través del ejemplo. Un niño que ve a su madre valorarse, a su padre pedir perdón o reconocer sus errores, a sus maestros permitir el error, aprende que la dignidad y la libertad personal no son concesiones ajenas de nadie, sino derechos propios.
Hoy más que nunca sabemos que cuando hablamos de construir una sociedad más justa, más libre, más solidaria, no basta con discursos. Hay que mirar lo invisible: ese tejido íntimo donde cada individuo se reconoce valioso y capaz, digno y libre. Donde Autoestima y Autonomía van de la mano, como dos amigas que se cuidan mutuamente para que nadie —ni el miedo, ni la costumbre, ni los convencionalismos sociales estúpidos, ni la violencia— les arrebate el rumbo.
A riesgo de caer en el nepotismo, lo he visto en carne propia. En mis hijos. Isaac, con 25 años, tallando su destino con manos propias, y Monserrat, de 21, sorteando los huracanes de la juventud en tiempos de filtros y likes, donde lo virtual amenaza con definir el valor real de una persona. He sido su guía, sí, pero no un arquitecto. Me he limitado a sostener el faro mientras ellos navegaban. Se han equivocado —como todos y mucho—, pero nunca les he permitido olvidar lo más valioso: su derecho a quererse y su libertad para elegir, incluso a contracorriente del algoritmo.
Querido y dilecto lector, te cuento algo muy personal, en una ocasión reciente, los vi conversar en la sala, sin pantallas. Rieron, discutieron, compartieron ideas como quien intercambia semillas. Me senté a un lado, en silencio. No dije nada. Sólo sentí ese privilegio que a veces concede la vida: ver que lo sembrado, aunque lento, florece. Que la verdadera herencia no son consejos grabados, sino la mirada que les dice sin palabras: cree en ti, porque tú decides tu rumbo. Gracias a Dios por esa independencia. Y se seguirán equivocando.
Entonces comprendí que Autoestima y Autonomía no son solo conceptos. Son alas. Y también raíces.
El tiempo hablará.
Jorge Chávez Mijares.
