LOCURAS CUERDAS

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Crónica de un diluvio anunciado.

El cielo de Matamoros lloró con furia. Llovieron once pulgadas y media de agua en apenas tres días. Para una ciudad que se ahoga con apenas cuatro, aquello fue un diluvio. Un castigo, dirían los abuelos, o quizá un bautismo de conciencia para recordarnos que bajo nuestro asfalto y nuestros fraccionamientos late el viejo corazón de las lagunas.

Desde el domingo 29 de junio comenzó el goteo con 0.94 pulgadas. El lunes escaló a 2.37 y para el martes ya era un cataclismo con 8.25 pulgadas que cayeron entre las 2:30 y las 6:00 de la tarde, cuando el cielo se abrió y convirtió las calles en arroyos y las avenidas en ríos mansos pero peligrosos.

El agua buscó su camino como siempre lo ha hecho, obedeciendo una memoria ancestral: fluyó hacia el noreste, hacia el Sector 5, donde alguna vez hubo un sistema de lagunas que hoy duerme bajo casas, plazas y avenidas. Por eso la avenida Cantinflas, la Tarahumara, Camino Real, Roberto Guerra y Lauro Villar quedaron anegadas. Porque ahí, debajo del concreto, todavía sueña el agua.

Sesudo lector, en el peor momento, 189 colonias estaban afectadas. Hubo sectores, como el 8, con 80% de encharcamientos; otros, como el 6, con 70%. Calles como Joaquín Pardavé, Solidaridad y Roberto Guerra se convirtieron en canales quietos. Las avenidas de Matamoros parecían un mapa fluvial dibujado con prisa y desespero por algún dios menor.

Y sin embargo, en medio de este caos líquido, hubo una maquinaria humana que no se detuvo. Más de 350 personas trabajaron día y noche. Los operativos de la Junta de Aguas y Drenaje (JAD) incluyeron la limpieza de rejillas, bocas de tormenta, cruces de drenes, revisión de compuertas en el río Bravo, monitoreo de pluviómetros, estaciones de bombeo y plantas potabilizadoras. A su lado, la Marina, el Ejército, la Guardia Nacional y Protección Civil del Estado y Municipio operaban como un solo cuerpo en jornadas que no sabían de horas ni cansancio.

Se instalaron más de doce equipos de bombeo, algunos Hydraflo de 18 pulgadas de la Conagua y otros de seis u ocho pulgadas, distribuidos en sectores críticos como La Hacienda, Los Ébanos, Fundadores, Villa Coapa y Expo Fiesta Norte. Las bombas trabajaron sin descanso para extraer el agua que, terca, insistía en permanecer. Mientras tanto, trascabos y camiones de volteo abrían paso al flujo natural de los drenes y removían los escombros y basura que, como siempre, agravan el problema.

Para el 3 de julio por la mañana, el panorama era menos desolador: de 189 colonias afectadas, quedaban 15 con encharcamientos severos. El cielo se había calmado y los sectores comenzaron a respirar. Los equipos se reubicaban, las estaciones de bombeo se revisaban y, aunque algunas cuchillas estaban dañadas y ciertas bombas fuera de servicio, la ciudad poco a poco recuperaba su movilidad. Porque ese era el verdadero drama: la movilidad, el flujo de vida interrumpido por el agua.

Hoy, querido lector, hago una pausa en mi crítica constante. Porque cuando la desgracia cae como lluvia, la única respuesta digna es la coordinación. Y en esta ocasión, la hubo. Entre la Presidencia Municipal, la JAD, el Ejército, la Marina, la Guardia Nacional, Protección Civil y Conagua. No hubo tiempo para egos ni protagonismos, solo para la eficacia.

Querido y dilecto lector, es justo reconocer al joven alcalde Alberto Granados y al ingeniero Marco Antonio Hernández Acosta, gerente de la JAD. El año pasado, un diputado local dijo que lo mejor que tenía Matamoros era Marco Antonio. Ese diputado hoy es presidente municipal. Al parecer, hacen buena mancuerna. Ojalá no desechen lo bueno que tienen.

Y sin embargo, más allá de los hombres y sus títulos, queda la enseñanza profunda: la ciudad está construida sobre lagunas que no olvidan su vocación acuática. Cada que caigan cuatro pulgadas o más, Matamoros recordará sus orígenes y se inundará. No hay ingeniería perfecta contra la memoria del agua. Lo único que nos queda es responder con atingencia, con precisión y oportunidad, como esta vez. Porque cuando el cielo decida volver a llorar, y lo hará, necesitaremos la misma coordinación y entrega.

Hasta entonces, que el sol nos dure y que el agua, cuando llegue, nos encuentre preparados.

El tiempo hablará.

 

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