El Torito que no se detuvo ante la montaña
Había una vez un joven toro que nació en el mar, en las tierras donde la brisa del Pacífico acaricia la cara con la misma suavidad que la montaña le pone resistencia al ciclista. A ese toro lo llamaron Isaac, aunque desde muy temprano el mundo del ciclismo internacional lo reconocería simplemente como “El Torito”
No era un toro cualquiera, era uno enamorado del movimiento, del giro incesante de las ruedas, del ritmo agitado del corazón cuando se trepa a las alturas imposibles.
Un buen día, el Torito dejó la manada, se apartó del ruido cómodo de casa y se lanzó a perseguir la luna europea con sus sueños sobre el manillar. Fue creciendo entre curvas, callos y colinas, hasta que un equipo poderoso —el UAE Team Emirates— le tendió las riendas de una bicicleta con ambiciones de leyenda.
Y entonces, ocurrió lo que nunca antes: en la edición 108 del Giro de Italia, esa carrera mítica nacida en 1909, el mexicano de Baja California dejó de ser promesa para convertirse en realidad. Ganó la etapa 17, sí, una de las más feroces. Pero no fue sólo la victoria: fue la forma. Fue la elegancia con que enfrentó cada curva, la fiereza con que desmenuzó la montaña, el arte con que domó el pavimento.
Con apenas 21 años, Isaac del Toro Romero se convirtió en el primer mexicano en ganar una etapa del Giro en más de dos décadas, el más joven en portar la Maglia Rosa durante nueve días desde 1940, y el ganador de etapa más joven en este siglo. No lo digo yo, lo dicen las piernas de Fausto Coppi que resucitaron en él, lo gritan las cumbres dolomitas que lo vieron pasar como una flecha de luz.
El pelotón, asombrado, fue quedando atrás como constelación desdibujada por la velocidad del Torito. Y aunque parece cuento, no lo es: un hijo del desierto bajacaliforniano hoy cabalga con los grandes, pedaleando sobre historia pura.
En un deporte dominado por europeos, el mexicano enamorado del ciclismo ha escrito su nombre con letras rosas, las mismas que visten al líder de una de las pruebas más duras del mundo.
Torito, que tu luna siga tan alta como tu paso firme.
En la intimidad… Mientras Isaac del Toro hacía ondear la bandera mexicana en la montaña italiana, en el sur de Tamaulipas, otra historia se gesta con la misma determinación, pero desde el cansancio de una deuda histórica: los extrabajadores de Hules Mexicanos, S.A., alzan la voz con la misma fuerza de quienes ya no pueden más con el olvido.
En asamblea del 24 de mayo, acordaron manifestarse de forma pacífica pero enérgica este jueves 29, a las 10:00 horas, a la altura del kilómetro 139.200, donde alguna vez se alzó la planta petroquímica que les dio sustento y orgullo. Hoy, lo que queda es despojo, promesas rotas, y un clamor legítimo por justicia.
Han pasado 37 años desde que se prometió una participación accionaria del 2.5% del capital social, una promesa incluida en los términos de la privatización, pero que jamás se cumplió.
Más de 200 trabajadores han fallecido sin que sus viudas e hijos reciban los seguros de vida, y el fideicomiso de retiro no ha sido entregado en su totalidad.
Este reclamo no es una protesta más. Es la lucha de quienes construyeron con sudor un México industrial, y hoy reclaman con dignidad lo que se les debe por derecho. Piden el apoyo de las autoridades estatales, municipales y de los medios de comunicación, pero también apelan a la conciencia social: que se garanticen condiciones de seguridad para evitar cualquier incidente.
A veces, la justicia no llega en bicicleta, pero ojalá llegue al menos con la misma velocidad con la que el Torito recorre Europa. Porque mientras unos pedalean hacia el futuro, otros siguen esperando que el pasado no los atropelle.
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