viernes, febrero 7, 2025

SE BUSCA GALLO

Por CARLOS ACOSTA

                            Para Coro Perales

Muy entrada la noche, Carol despertó sobresaltada. Abrió los ojos a más no poder. En ese momento encontraba la causa de su ansiedad. ¡Mi gallo!, exclamó como quien abre el candado de otro amanecer. Encendió la luz de su lámpara de mesa. Buscó los pantalones, que había dejado en el respaldo de una silla, y era tal su prisa, que se los puso encima del pijama. Tomó el abrigo, la bufanda, el paraguas. Debía protegerse. A últimas fechas, y debido a las alergias, su garganta había sufrido los estragos del invierno naciente. Salió a pie. El sitio a donde iba, quedaba cerca de su casa. A esa hora, la calle estaba bien iluminada, así que prefirió no usar el automóvil. Caminó a paso rápido. Pronto llegó.

Unas horas antes, cuando la noche era muy joven, ella estaba en casa de su tía Yoya. Habían organizado una reunión familiar para celebrar las fiestas decembrinas y la proximidad del año nuevo. Hubo conversaciones convencionales, risas, bromas y, lo que nunca faltó entre ellos, muchos abrazos. Y ocurrió, además, en la cena, un suceso adicional: su amiga Olivia Malibrán, artista plástica, le entregó el cuadro que ella le había encargado. Era una obra de arte: El perfil de un gallo de plumaje amarillo, con la cola y el copete en rojos vivos. Pero, además, el ojo fijo y el pico en color café, le daban una actitud retadora. Ella le había encargado un gallo de pelea. Después de cubrir el costo del cuadro, lo recibió con alegría y orgullo. Y durante toda la cena lo mantuvo cerca, nunca lo soltó.

Al término de la reunión, ya en la calle, un primo y su mujer quisieron tomarse unas fotos con ella. Sí, claro, aceptó. Aquella esquina es conocida en la ciudad como, La cuadra mágica, debido a su belleza natural y a que hay dos cafeterías en donde los atardeceres pasan con sus mejores galas. Y al acomodarse a un lado del pino navideño que adornaba la banqueta, ella dejó el cuadro recargado en el buzón de un Santa Claus luminoso que estaba cerca del pino. Se tomaron varias fotografías. Incluso al final, ella tomó una selfie de los tres. Todavía conversaron un buen rato y después de los buenos deseos y más abrazos, la pareja subió a su auto y ella regresó a pie a su casa. Lo hizo así, ya que, como ya se refirió, su domicilio estaba cerca y la calle tenía muy buena iluminación. Entró, saludó a Nicolasa, quien la recibió con una alegría como si no se hubieran visto en diez años. Supo así, de la fidelidad de aquella pequeña nube en cuatro patas, y le acarició el pelambre blanco. Una vez sentada en su sillón preferido, cuando se disponía a ver televisión, de momento, pensó: siento que algo me hace falta. Aun así, abrió Netflix y vio dos capítulos de Cien años de soledad. Pero no estaba en paz. Sentía que algo le faltaba. Se metió a la cama y ya dormida, fue que algo la sobresaltó.

Carol regresó a casa de su tía. Aún había luz encendida. No tocó la puerta. Por pura desesperación habló por teléfono. Preguntó y le dijeron lo que ya sabía, que no, que ahí no estaba el gallo. Buscó en el buzón de Santa, en donde lo había dejado, después lo rastreó en los alrededores del pino de navidad. Y no, no lo encontró. Y ahí, a media noche, casi sola en la calle, sintió tristeza, culpa y ganas de llorar. ¿Cómo es que lo había abandonado? Sacó de su bolsa el teléfono y publicó en redes sociales una foto de su gallo y otra con sus primos. Se busca gallo, lo tituló. A paso lento volvió a casa. A pesar de que era corta la distancia, le pareció larguísima la caminata.

En estas circunstancias, tres días son lo mismo que tres meses o tres años. Cuando esperas, no hay manera de medir el tiempo. A pesar de haberlo puesto en redes sociales y ofrecer recompensa, y que su post se hiciera viral y apareciera en dos periódicos locales (El 5inco y Milenio) y en uno de circulación nacional (El Universal), el gallo no ha regresado. En algún lugar de la ciudad, a otros ojos alegra. Al día siguiente, Carol visitó la Ermita de la virgen Santa María Desatanudos y le pidió el milagro. Pero no, el gallo no apareció. Sin embargo, desde entonces, unos minutos antes del amanecer, cuando a lo lejos escucha un quiquiriquí anunciando el alba, lo recuerda, y le gusta imaginar que es el suyo: su gallo perdido que parece decirle, quiquiriquí / es-toy-a-quí. Entonces, ella sonríe. Todavía puede sonreír. Sabe que su gallo, está en donde canta. Y que mientras cante, significa que algún día podrá volver.

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