POR MIGUEL ÁNGEL VILLALOBOS GÓMEZ
1
Miré tu sonrisa floreciente
por la mañana,
y luego tu mirada
incitándome a mirarte diferente,
pero bajé la vista hacia la nada,
me encontré con tu vientre,
y, cobarde,
aún a pesar del sueño que provoca,
lo escondí de mis ojos
bajo el ceño fruncido
de mi vergüenza hipócrita.
Ése perverso día
permanece en mis ojos
cegándome la vida.
2
Me llamaste
con tu voz de mediodía,
la promesa de volver
a acariciar tu piel
con la mirada,
me dijo al oído
que no es tarde
para volver atrás,
que no hay distancia
que disuelva este sueño,
sin tu venia imaginado.
Contra todas las sombras,
contra todos los tiempos,
los sueños se cumplen
en el aire sutil
de cualquier tarde,
en la sedienta brisa
de estas noches
y en la sutil, agreste
memoria
de estos días.
3
Un apurado adiós,
se diluye en la sombra
de tu pecho,
en sus breves colinas
se remonta
y se disuelve ya el sol
imaginado
y mis labios
y mis ojos
y mis manos
huérfanos se quedaron.
En un breve hasta luego,
la figura a trasluz
bajo tu falda,
me lanza una promesa silenciosa:
me quedaré en tus ojos,
esperaré ese día
en que pueda deslizarme
entre tus brazos
y acariciar tus manos
y entre todos los versos,
y entre todos los sueños,
deslizar los suspiros
asesinos
del silencio
que mata
los sentidos.
4
Es breve el tiempo
y es breve el pensamiento,
es breve la mirada
y el recuerdo terco,
pero queman el alma
y el silencio
muerde feroz
el breve sentimiento.