POR CARLOS ACOSTA
1 El Viaje comenzó el viernes veinticinco de octubre a las nueve de la mañana. Salimos, Esperanza y yo, en El Marchito rojo. La mañana, aunque nublada, era calurosa. Yo iba al volante. En dos horas ya estábamos en Ciudad Victoria. Como todavía era temprano, descansamos ahí unas horas. A las dos de la tarde recibimos el mensaje de Francisco, quien nos apoyaría en las siguientes horas como chofer. Este era el primer día de la gira del proyecto, PEMOL ES Letras de La Huasteca, que habíamos diseñado y propuesto y que había sido aceptado en el ITCA, para participar, leyendo poemas propios en voz alta, en el Festival Internacional de la Costa en el Seno Mexicano.
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Salimos de Victoria a las dos y media de la tarde. Nos dirigíamos a Palmillas. En cuanto empezamos a ganar distancia, el paisaje fue cambiando. Veíamos sierras y más sierras con escasa vegetación y la autopista como víbora de asfalto bordeándolas. Un poco de planicie en donde pudimos ver muchos cactus y gran cantidad de pitas coronadas por el blancor de las chochas. En el cielo se amontonaban las nubes como si todas, a la vez, quisieran estar justo en esta parte del firmamento. Dos horas después llegamos. A la entrada del lugar, hay un arco con el nombre del pueblo en letras grandes, anunciando la bienvenida. Nos dirigimos a la plaza. En el centro de la misma, ya algunos hombres hacían los preparativos para el evento. Me presenté con ellos y acordamos cómo sería el acomodo de sillas y mesa de lectura. Palmillas es un pueblo de mil doscientos habitantes. Es muy significativo para mí Leer aquí. Cuando yo me fui de Tampemol, tenía mil habitantes.
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El reloj marcaba las seis y cuarenta y cinco de la tarde. El escenario estaba puesto en el quiosco. Las luces, el sonido, las sillas, la mesa de lectura. Habíamos conocido a Jesús y a su hijo Francisco, originarios del pueblo, que fueron quienes nos ayudaron a instalarlo todo. El clima era frío. Aquí siempre hace frío, nos dijeron. Mi mujer intervino: sólo por eso, yo me quedaría a vivir aquí. Me llamó la atención que las calles estuvieran desiertas. Para esa hora ya empezaba a anochecer. La penumbra se adueñó de todo. Frío, semioscuridad, calles solas; pasó por mi mente Comala. ¿A qué horas aparecerá Susana San Juan? Un poco antes, al darme cuenta de la ausencia de gente caminando, me fui, solo, a andar varias cuadras. Cuando regresé, dije a Jesús: ya caminé por el pueblo y no vi a nadie. No sé preocupe, respondió él, usted no vio a nadie, pero todos los vieron a usted.
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Despuesito de las siete ya había gente. Luego llegaron las autoridades municipales y la representante del gobernador del estado. Se hizo la inauguración con toda formalidad. Ese día, al mismo tiempo, daba inicio El Festival en todo el Estado de Tamaulipas. Después nos presentaron. Y nos hicimos cargo: Esperanza leyó mi semblanza y una breve reseña de lo que leería. Empecé leyendo Pemoles: En el principio / Mónico el panadero bendijo el nixtamal / En Tampemol aún no amanecía. Luego leí, de Espiral de Luz, Eva. Luego repartimos Pemoles que llevamos de Tampemol, y mientras el público los degustaba, les leí: Yo soy Pemol / no es un secreto / a la primera mordida me desmorono. Después, de Sesentas vueltas al Sol, leí el texto Huasteca: hay una Huasteca que cada uno de nosotros lleva dentro. Y terminamos otra vez con Pemoles: Escuché una voz a mis espaldas / Eras tú Pemol / decías / Escribe el libro de tu muerte / que será tu vida / y la mía. Hubo aplausos, muchos. Luego, en la sección de Preguntas y Evasivas, escuchamos intervenciones muy buenas. Sólo dejaré aquí una, la más reveladora. Un joven, preguntó: ¿qué le diría usted al niño que fue en su pueblo?.. Después, el municipio ofreció una cena. A las diez de la noche salimos para Victoria.
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A la mañana siguiente vinimos a El Mante. Por la tarde nos fuimos a Xicoténcatl. Al llegar a Xico, se vino una llovizna persistente. Por esa razón usé sombrero para la lectura. Allá nos alcanzó Jacobo Castillo Cervantes, quien es también originario de Tampemol y además hablante del idioma Tének. Esta vez leímos el poemario Campanas en la niebla, que escribí en dos mil cuatro y ahora hicimos la traducción (Luis Flores Martínez) al Tének. El escenario era enorme, con luces y el logo del Festival en el fondo. Había mucho público. Se reportaron doscientos sesenta asistentes. Subimos al estrado. Esperanza leyó mi semblanza y la reseña del libro. Luego yo leía dos o tres renglones del poema en español y enseguida Jacobo lo leía en Tének. Fue toda una experiencia. Lloviznaba un poco. Las luces a través de una mínima neblina. Nosotros, leyendo, honrando a los ancestros hablando su lengua. La gente, atenta, callada, escuchando. Buena parte de la lectura la viví con la piel erizada. Al final, gran aplauso y muchas, muchas preguntas. Una maravilla. Después de la lectura volvimos, Jacobo a Tampemol, nosotros a El Mante.
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El Domingo, después de mediodía, salimos rumbo a Llera, siempre en el compacto March. Llegamos al “Hotel Los Canales”. Me llamó la atención (¡y me gustó tanto!) que justo por el patio del hotel así como por el frente, pasaran dos canalitos de agua. Era agua limpia, llevaba una corriente cantarina que llamaba al relax en todo sentido. Los canales vienen del río, nos informaron, pasan por muchos patios del pueblo. Yo estaba embelesado por ese hecho. Un pueblo con canalitos de agua corriente y limpia, ¡de fábula! Esa agua, irriga los naranjales y limones de la región, agregaron las informantes. Nos instalamos y enseguida nos comunicamos con los organizadores. Nos pusimos de acuerdo para que la lectura fuera en el quiosco. Aceptaron. A las seis y media volvimos ya con la vestimenta y los libros. El quiosco lucía precioso. Tenía múltiples banderas de diversos colores colgando del techo. Estando a la espera del público, tuvimos una muy agradable sorpresa: de pronto subieron al quiosco Juan y Pera, entrañabilísimos amigos desde La Prepa. A mi mujer también le dio mucho gusto verlos. Los recibimos con abrazos y alegría. Platicamos con ellos un buen rato, hasta que llegó la hora de Leer. Estaban las autoridades municipales o sus representantes. Hizo acto de presencia personal del ITCA.
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Esperanza hizo las lecturas introductorias ya referidas. Aquí leí Pemoles: Derribamos los pinos / eran altos / delgados / daban la sensación que un día de estos / alcanzarían las nubes. Luego repartimos Pemoles y leí otra vez: Pemolitos son mis hijos / y los sueños que les rondan / Pemolita mi mujer / con su mirada de azúcar y su voz de piloncillo. Después, el de la profesora: Ella salvó mi infancia / Desde su viejo escritorio / de una escuela muy lejano / escribió en aquella pizarra virgen / que fue mi niñez / dos o tres palabras entrañables / que todavía hoy / cuando atosigan los desengaños / me gusta releer. También leímos, Huasteca: De aquí somos / De este trozo de horizonte acosado por el sol y bendecido por el agua. Al terminar, el aplauso fue unísono. Hubo muchas intervenciones de los oyentes. Por cada pregunta, les regalamos un ejemplar de mi novela Espejos que se aclaran. Al final, el representante del ITCA, estaba asombrado. Después de la lectura, nos fuimos a cenar con Juan y Pera, a un patio de una casa en donde vendían antojitos, había varios focos encendidos y tres mesas. De ahí, volvimos al hotel. Invitamos a los amigos a quedarse a dormir (en el cuarto había tres camas). Entre risas, aceptaron. Todavía nos quedamos platicando un buen rato, hasta que, uno a uno, nos fuimos quedando dormidos.
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El lunes muy temprano, después del hasta luego, a Juan y Pera, volvimos a El Mante. A media tarde viajamos a Ocampo. Nos hospedamos en el Hotel Victoria. Fuimos a platicar con los organizadores. Nos resultó extraño que nos recibieran con esta pregunta: y ustedes, ¿no se aburren de andar en esto? Desde luego, nos pareció una pregunta de mal gusto, pero en lugar de mostrar enojo, nos ganó un ataque de risa. Cuando volvimos para la lectura, el escenario nos sorprendió. Era grande la tarima, luces y amplificadores de lujo. Se acercó el responsable del sonido. Tengo la nube de humo, dijo. Pues no vamos a bailar ni algo parecido, acoté. Yo no la tenía, reviró él, pero me la pidieron y hoy la acabo de comprar. Ah, okey, reí otra vez de buena gana, pues la usas cuando acabemos. Estos no saben ni por dónde canta el gallo, dije a Esperanza. Y nos reímos de nuevo.
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Subimos al súper escenario. Era una lectura al aire libre. En una calle cerrada junto a la plaza. Desarrollamos el programa. Esperanza leyó primero y enseguida yo. Leí Pemoles, aunque no los mismos. Empecé con: No te desmorones / No / Hacerlo sería morir/ y tú / corazón de maíz / pan sagrado / has de vivir en mí mientras yo viva. Luego, algo de Espiral de luz: Acuérdate de mí cuando llueva / Piensa que soy agua / El hombre es agua. Y otro párrafo de Huasteca: Porque bien se sabe que los huastecos no somos otra cosa sino sueños. Y terminamos con Pemoles, mientras repartíamos panecillos al público. Al final vino el aplauso. Y dije por micrófono al hombre del sonido: ¡Órale, no dijiste que nos ibas a echar la nube de humo… ya terminamos! Todos rieron y enseguida apareció una, dos, tres grandes nubes de humo que nos cubrieron y al mismo tiempo las luces de colores se encendían y apagaban. ¡A la…!, dije a mi mujer, ¡nos hacen sentir Rockstars! Y también reímos de buena gana. En la sesión de Preguntas y Evasivas, nos llamó la atención que el primero en preguntar, fue la persona que nos había recibido por la tarde con su pregunta imprudente. Solito cayó, dije, a mi mujer, tapando el micrófono. Hubo muchas más preguntas. Y todos recibieron su novela de Espejos. Al final se acercaron para que les firmara los libros. ¿Y aquellos libros?, señaló la persona que nos había recibido. Aquellos los vendemos. Tomó uno, lo vió, lo volvió a ver. Y al final se decidió’: ok, compraré uno.
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Dormimos en Ocampo. El martes temprano volvimos a casa. Descansamos un día. Luego nos fuimos de nuevo a Victoria. Teníamos dos presentaciones más. Fueron miércoles y jueves en la Galería “Pedro Banda” del Centro Cultural Tamaulipas. Llegamos media hora antes. Me sorprendió ver en la Cartelera del CCT, mi foto anunciando las dos presentaciones. El primer día leímos Campanas en la niebla. Nos acompañó otra vez Jacobo como hablante de Tének. Esperanza leyó las notas introductorias. Tuvimos una asistencia a rebosar. Se tuvieron que traer sillas, porque había mucha gente de pie. Aun así, muchos jóvenes y público en general, se sentaron en el piso para oír la lectura. Al día siguiente, leímos Pemoles. Se nos llenó otra vez La Galería. Esa vez estuvimos Esperanza y yo. También repartimos Pemoles. Alguien del público nos tomó la fotografía a través de un Pemol, me la hicieron llegar y la puse de Perfil en mi facebook. De nuevo, muchas preguntas y muchos aplausos.
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Ya por fin en casa, estábamos muy cansados, pero nos sentíamos felices. En especial yo. Pero creo que también mi mujer. Esa primera noche en casa, dormimos a todo. Al día siguiente me paré muy temprano. Estuve, en silencio, mirando por la ventana. Apenas amanecía. Divagué; me gusta, me hace bien divagar: Llevar mis letras, en forma de versos o relatos, de viaje y leerlos entre gente que acepta escucharlos, sigue siendo una de mis principales motivaciones para ser y sentirme bien conmigo. En ese momento recordé la idea, que alguna vez fue faro en mi noche marina; un sitio hacia el cual navegar, aun sabiendo que nunca se habrá de llegar. Leer en un quiosco, en la calle, frente a la plaza, en un teatro al aire libre, me hizo también recuperar aquella utopía que anduve sembrando de por vida: en la poesía, está la salvación de la humanidad.