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domingo, junio 16, 2024

DE FRAMBOYANES Y DESPEDIDAS

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Framboyán le decimos en El Mante. En otros lados lo nombran tabachín.

Por María Consuelo González del Castillo 

Cómo no recordar aquellas calurosas tardes bajo la sombra de los árboles, esos árboles tupidos de ramas verdes y ramilletes de flores que de mayo a agosto pintan el pueblo de rojizo.

Sin temor a equivocarme, puedo decir que su misión es refrescar y adornar el ambiente. Árbol sombrilla que derrama sus beneficios al proveernos de oxígeno siendo poco exigente con el agua. 

Guardo especialmente en mi memoria dos de estos maderos, uno que cubría el pasillo delantero de la casa de los Gámez Guerra, ahí nos guarecíamos del intenso calor. Nos gustaba jugar a muchas cosas, pero lo que más nos divertía eran las competencias de “los gallitos”, que consistía en que cada participante abría un botón de la flor del framboyán, luego cortábamos los estambres para luego engancharlos y tirar “con maña”. Ganando el que cortara más “cabezas”. 

En la noche era el lugar preferido de la familia para platicar, contar chistes o mirar el cielo. 

El otro… el otro tenía raíces profundas en la casa de los del Pino Castillo. Era en el patio trasero donde nos proveía de su cuidado. Cuando era niña no reconocía sus bondades. Hoy, agradezco su existencia por haber protegido del sol a Leonor mientras lavaba la ropa, por su fuerte rama que sirvió para construir un columpio, el que por largas horas al día nos sirvió para sentirnos libres y felices. Llegan a mi memoria las tardes bajo su sombra donde mi madre y la señora Eva del Pino reían y lloraban tratando de “arreglar sus mundos”, mientras nosotros, los pequeños, hacíamos lo propio de un niño: jugar y jugar hasta que la noche nos sorprendía.

Estos preciosos framboyanes fueron testigos del amor que unía a las familias de la cuadra. Nos apellidábamos distinto, pero nos queríamos como hermanos. Crecimos bajo la cariñosa vigilancia de los adultos, unos más ocupados que otros, pero todos con la misma consigna: hacer de nosotros hombres y mujeres de bien, misión que alcanzaron con éxito. 

Al paso de los años, poco a poco nos fuimos separando, pero continuamente sabemos los unos de los otros. Incluso cuando la vida lo permite, nos vemos con mucho cariño.

Hoy, a manera de homenaje, quiero recordar a mi querida amiga con quien crecí:  Lucy del Pino Castillo, quien desde niña se caracterizó como una mujer buena, amorosa, entregada, risueña… sus sonoras carcajadas ya no se escucharán entre nosotros, sin embargo, el cielo temblará cuando sus risas resuenen entre nubes, ángeles, arcoíris y eternidad. Hoy estará cantando “Guantanamera” con su papá, el Dr. Carlos M. del Pino, o rezando “La Magnificat” con su madre doña Evita.  

Transcribo el sentir de uno de sus alumnos:

“Una gran pérdida para la comunidad de profesores de nuestra localidad. La Lic. Luz María del Pino, contribuyó en la formación y educación de muchos de nosotros. Su carisma, profesionalismo, entrega y alegría eran inigualables. Con su forma de ser se ganó el cariño y respeto de quienes la conocimos. Deja una huella en el corazón de los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos y amigos. Tu legado permanente vivirá en las mentes y corazones que tocaste.  Hasta siempre querida maestra”.

Mi querida Lucy, tu “ramita”, como nombrabas a tu nieto por nacer, pronto llegará y tú, desde el cielo, llenarás de luz su camino y el de sus padres. ¡Descansa en paz!

 

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