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viernes, marzo 29, 2024

¿DE QUIÉN ES LA CULPA?

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Por: Consuelo González del Castillo

Escritora.

Llama la atención cómo es que seguimos envueltos en comentarios, resultado del acto violento que se suscitó hace algunas semanas en Querétaro, ciudad donde vivo. Continuamos escuchando sobre cómo fueron los hechos que sucedieron en el estadio…”qué si esto, que si lo otro”, en fin, opinamos con supuestos más que con fundamentos reales. 

No podemos negar que estos comportamientos son condenables y tampoco que nos han dejado una sensación de incertidumbre, pena y desaliento, no solo como sociedad, sino como familias y en forma personal también.

“Olvidaron su humanidad, despreciaron su inteligencia”, escuché decir a alguien reflexionando sobre lo ocurrido. Me parece que valdría la pena preguntarnos ¿hasta qué punto somos parte de todo esto? ¿Qué hacemos al respecto? ¿Damos amor? ¿Hacemos lo correcto cuando estamos solos? 

Hoy, los tiempos nos reclaman preocuparnos y esforzarnos por tener una vida congruente, siendo fieles a nosotros mismos a la luz de nuestros valores, tener presente que una buena influencia es fundamental para quienes nos rodean, ayudarlos a convertirse en agentes de bien para la sociedad. Que no solo sepan que son amados, sino que se sientan amados porque las personas lastimadas por la indolencia y el hastío, caen con frecuencia en actos de ira y de violencia, generalmente impregnados de droga y alcohol. Dicen que no somos lo que hacemos, pero nuestras acciones nos identifican. 

Hacer el bien poniendo al servicio de los demás nuestros principios y valores, nos hará y los hará mejores personas. Qué fácil es decirlo, pero qué difícil es hacerlo, pues la incongruencia impera a cada instante en nuestras vidas, sin embargo, el esfuerzo siempre valdrá la pena.

Hace días, mi esposo y yo, tuvimos la grata visita de Luis Fernando, nuestro sobrino nieto. Es un joven apuesto de veintidós años. Nos llamó la atención que quisiera dedicarnos parte de “su sábado” en lugar de pasear con sus amigos.

No voy a negar que nos tomó por sorpresa, al principio me sentí un poco inquieta, me preguntaba de qué le iba a hablar, si le gustaría mi comida, etc., pero me fui relajando conforme me esmeraba en la preparación de los alimentos. Pusimos una mesa linda y abrimos un buen vino, para recibirlo lo mejor posible, queríamos hacerlo sentir bien.

Puedo decir, que nunca nos faltó de qué platicar, él nos narró su corta historia de trabajo en una empresa familiar, “mis tíos me han ayudado mucho, ellos me han guiado y poco a poco han hecho que conozca todo lo que hay que saber de su negocio” nos decía. También nos contó su admiración por sus padres, “la convivencia entre ellos es muy buena, además de respetarnos mucho a mi hermana y a mí”.

Mi esposo le platicó de su afición por los rompecabezas, su historia de trabajo y de lucha. No pudimos escapar del tema del estadio. “Yo estuve ahí, nos tocó a un amigo y a mí proteger a una chica que nos acompañó y guarecernos en lo más alto de las gradas”, expresó con tristeza nuestro sobrino.

En ese instante vislumbré la gran diferencia, agradecí al cielo su formación y su vida llena de amor, también sentí una gran pena por tantos niños y jóvenes lastimados, degradados con una inmensa necesidad de amar y ser amados.

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