Por María Consuelo González del Castillo
Cuando se acerca el festejo de Día de Muertos o Halloween, como gusten llamarlo, inevitablemente escuchamos quejas: “Que sí es una cultura de los vecinos del norte, que sí no es bueno para los niños pensar en monstruos o brujas, que es muy molesto escuchar tocar la puerta continuamente, o que no están dispuestos a regalar dulces…etc. etc.”.
Me parece que es muy importante aprovechar estas noches para agasajar a los pequeños, ellos no lo identifican como algo malo, sólo se divierten disfrazándose y se ilusionan pidiendo dulces.
Da escalofrío, sólo de pensar, cuántos niños hoy no celebrarán, o no podrán celebrar estos días porque la guerra los desapareció, otros estarán resguardados sin poder salir y otros más en hospitales luchando por sus vidas. ¡Qué fácil es escribirlo! Pero. ¡Qué difícil será vivirlo!
La tragedia que embarga a nuestros niños de Acapulco, tampoco les permitirá salir de sus casas para endulzarse la vida.
Ante un panorama lleno de carencias y sufrimiento, ver corazones felices y ojitos con brillo será un privilegio que debemos aprovechar.
Abramos no solo la puerta de nuestras casas, sino también la de nuestro corazón a esas caritas sonrientes con el cabello parado y ojeras negras.
Son días para disfrutar a nuestros niños, aunque no sepamos quiénes son, darles una paleta llena de amor, acariciarlos con una tierna mirada que los llene de alegría. Una alegría que les cale profundo, para que se sientan amados y aceptados, necesitan actitudes nuestras que los ayuden a lograr un desarrollo pleno y maduro, justo lo que esperamos de ellos.
Jamás me cansaré de repetir que los niños merecen ser felices y que somos los adultos los responsables de proveer lo necesario para que salgan adelante con las exigencias de la vida. Demostrarles afecto es una acción primordial.
Las ideas reducidas y erróneas no caben cuando se trata de hacer feliz a un niño, creo firmemente que si hacemos las cosas bien y con alegría, siempre nos espera un hermoso amanecer.
