29.1 C
Ciudad Mante
sábado, septiembre 7, 2024

CRÓNICA DEL OTRO YO

- Advertisement -spot_img

Debes leer esto

- Advertisement -spot_img

POR CARLOS ACOSTA

Allá va mi otro yo del brazo de mi mujer. Muchas veces he sentido celos cuando les veo así. Ella camina sonriente, serena; se le nota, desde lejos, lo feliz que va. Yo ando muy cerca, no podría poner distancia de más entre mi otro yo y yo: correría el riesgo de perderlo, perderme, y eso sería poco más que un desastre. Así que, apenas uno o dos pasos de distancia nos separan. Mi otro yo y mi mujer suben al ómnibus, yo también lo hago. Tomamos asiento en los números veintisiete y veintiocho. Ella, del lado de la ventanilla. Nosotros, en el asiento del pasillo. Saco un libro de la mochila y me pongo a leer; él, va pensativo, cavila en lo que significa para nosotros el viaje que ahora iniciamos. 

Al día siguiente amanecemos en la ciudad de México. Es una mañana fría, el aire nos revuelve el cabello y enfría las mejillas. Nos dirigimos al quiosco de los taxis. Adquirimos nuestro boleto. Viajamos cuarenta minutos. En el trayecto, mi esposa usa su teléfono celular; yo miro por la ventanilla edificios y vías de alta velocidad, y mi otro yo imagina lo que significa esta aventura. Se dice para sí: nunca imaginé, ni en el más delirante de mis ensueños, que algún día me invitarían a leer uno de mis libros de poemas a la ciudad de mis días universitarios, y pasan por su mente los años cuando vivió en un cuarto de azotea, en la calle Pitágoras de la colonia Vértiz–Narvarte. Pero así es, me apresuro a decirle, yo, que conozco casi todos sus pensamientos. Es de no creerse, insiste él. Y, sin embargo, ya estamos aquí. Sí, es verdad. Parece que, por una vez, al menos por ahora, en algo estamos de acuerdo. 

Al otro día, muy temprano, vamos, con cierta incertidumbre, mi mujer, mi hija –que vive en esta ciudad desde hace más de una década– mi otro yo y yo. La mañana otra vez luce fría. En la ciudad de México todos los amaneceres son fríos. Además, este año ya nos alcanzó el otoño. Mi hija conduce el auto. Somos parte de un río interminable de automóviles que va por calles estrechas, luego por vías rápidas y después por segundos pisos. Llevamos una conversación fluida y mesurada. Luego de casi una hora llegamos al sitio en donde, mi otro yo, leerá nuestro libro. Recursos humanos de la empresa Condé Nast México y Latinoamérica, así como Conexión, han tenido a bien invitarnos. Entramos en un estacionamiento subterráneo. Mi hija coloca el auto en su lugar que le corresponde y entramos al edificio, que está ubicado en Avenida Paseo de las Palmas 781, Lomas de Chapultepec III Sector.

Subimos por un elevador inteligente hasta el octavo piso. Ya casi es la hora de la lectura. Mi hija nos da un tour por las oficinas. Son de primer mundo. Paredes con colores en blanco y gris azulado. Amplias estancias con mesas en donde labora un buen número de gente joven. Cada uno con su laptop Apple. Desde la entrada, todo espacio del edificio está climatizado. Pasamos a la sala en donde será la lectura. Es una especie de teatro minimalista, de espacio breve, con mobiliario y tecnología propios del siglo veintiuno. Se transmitirá la lectura vía Internet. Mi hija se conduce con solvencia; conoce a casi todas las personas que nos encontramos, son sus compañeros de trabajo. Mi mujer está fascinada, sonríe con un encanto sobrecogedor. Mi otro yo mira todo con asombro real, parece que ahora, por fin, lo empieza a creer. Yo, por mi parte, estoy tranquilo.

Con teatro casi lleno, empezamos la lectura. Ambos. Más mi otro yo que yo. Antes nos presenta, de manera breve y precisa, una joven moderadora. Decimos a los escuchas que hoy celebramos –él y yo– el vigésimo aniversario de nuestro libro Espiral de Luz, que fuera publicado en dos mil tres, luego de ser merecedor del Premio Estatal de Poesía Juan B. Tijerina. Leemos, más él que yo, el poema de la profesora Eva y Trenes olvidados. Los asistentes aplauden. La moderadora nos hace dos preguntas. Respondemos, más yo que mi otro yo, con discernimiento moderado. Después lee Cuando llueva y Los años siempre dieron con mi escondite. De nuevo la moderadora presenta dos preguntas. Y otra vez contesto de buen talante. Enseguida vuelve a leer, ahora Trigal y Espiga y la introducción de la novela Espejos que se aclaran, publicada en dos mil veinte, y que, por cierto, está dedicada a mi padre, ya fallecido, y a mi hija ahí presente. Vuelven los aplausos.

Es momento de abrir la sesión de Preguntas y Evasivas, digo, y los asistentes ríen de manera espontánea (la expresión no es mía, la robé de una de las tantas lecturas que hice, hace como veinte años). Participan de manera inesperada e inteligente. ¿Cuándo fue tu primera inmersión en la poesía? ¿Cómo fue el paso de escribir poesía a hacer novela? ¿Alguna vez te arrepentiste de hacerte poeta? ¿Cuándo escribes de amargura o frustración, lo haces en el momento en que te acosan esas emociones? Yo, o mi otro yo, o los dos, ya no sé, contestamos cosas como: a los diecinueve años sucedió mi primera inmersión en el universo poético, fue una gran alegría y a la vez sentí mucho miedo. No tengo propiamente una religión, pero si la tuviera, que la tengo, sería la poesía. También mencionamos que el paso, de pergeñar poemas a escribir una novela, fue motivado porque en el año dos mil dos empezamos a publicar el Suplemento Colectivo3, en el Rotativo El Eco de El Mante, y ahí lo que más pedían era narrativa. Y para cerrar dije, dijimos: no, nunca me arrepentí de hacerme poeta. 

Al final vino un aplauso un poco más largo. Mi mujer y mi hija se acercaron. Nos tomaron muchas fotos. Ahí nos emocionamos ambos, como siempre, él más que yo. Y sin que nadie lo notara, y antes de firmar los libros, mi otro yo y yo, nos dimos la mano y nos abrazamos. Él casi llora, pero logró sobreponerse, yo no.

Artículo anterior
Artículo siguiente

More articles

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img

Las ultimas

- Advertisement -spot_img