POR: RODRIGO BRONDO
Escribí durante tres años. Comencé corrigiendo ortográficamente el trabajo en bruto y descubrí que podría haberlo hecho de otra forma, pero no lo sabía. Auto-edité los textos y cómo serían colocados uno tras otro. Después di paso a la maquetación, cada caja bien estructurada, con tipografía legible, márgenes aceptables, tamaño de tipo considerable, interlineado interesante, versalitas admisibles. Escuché consejos (Los resguardo como mi tesoro). Elaboré un tiraje para modelar cuatro pruebas de impresión.
Los forros con serigrafía. Haré una página muestra con una tinta dorada: preparo, dibujo, revelo, limpio, bloqueo, encinto y listo.
Elijo la mejor cartulina para el forro, hago distintas pruebas, y acelerado, ya puedo armar una tirada decente de 50 serigrafías. Espero a que sequen al sol, más tarde las caras internas. Termino en una semana.
Imprimiré 50 cuadernillos. Falla la impresora. Compro otra, es más barato que comprar el cartucho de tóner. La instalo. Hoja por hoja paso para que no se estropee. Ahora, perforar y ensamblar a la cuarta de forros, poner un lazo distintivo, perfilar y listo. Hago cuentas; $100 por trabajo se me hace justo; sólo quiero recuperar material.
Busqué donde presentarlo. Nadie quiere libritos raros, solamente quieren ejemplares laminados, pero veré que pasa. Ocurre. Tengo donde presentar, cerca de la casa, no pagaré pasajes. Le pido de favor a alguien que me presente, favor con favor, se presenta, verbo, verbo, verbo, preguntas y respuestas.
Termina la presentación, a levantar el stand, casi es nula venta, checo la ganancia, veo a Nezahualcóyotl, le pongo más atención, a como se siente en mis dedos, lo pongo a contra luz, pájaro de 400 voces… un billete falso, mi trabajo no vale nada.
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Pág. 33, Carnaval salvaje, La rueda de las delicias editorial, 2022.
