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sábado, septiembre 7, 2024

 TENGO UN AMIGO A QUIEN LE GUSTA ESCRIBIR

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POR: CARLOS ACOSTA

1 Tengo un amigo a quien le gusta escribir. Empezó a hacerlo cuando íbamos en prepa. Siguió con el vicio conforme fue ganándole años a la vida. Al principio, hacerlo era un escape, un pasatiempo, una manera de esconderse de la burda realidad. Luego, tal vez sin darse cuenta, se le fue convirtiendo en una actividad cotidiana, que, con el tiempo, se transformó en algo sustancial en su vida. Tanto que, ahora, ande donde ande, no deja pasar un día sin escribir, por lo menos, un renglón. La divisa que ha asumido para sí, es la de Karen Blixen, escribir todos los días un poco, sin esperanza, sin desesperación.

2 Antes no le gustaba mostrar sus textos. Yo pude leerlos porque no le quedaba de otra. Aunque algunas veces prefirió no escribir, por tal de que yo no lo leyera. Hubo un tiempo en que despertaba en las madrugadas, pensaba que nadie le estaba viendo y se iba al cuarto de letras. Ahí, se adueñaba de la computadora y escribía como si supiera que nunca iba a amanecer. Entonces parecía olvidar que, detrás de su hombro, desde lo vigilante de sus pupilas, atento, yo miraba. También, cuando me encontraba absorto, por ejemplo, leyendo un libro, de manera silenciosa se ponía de pie, iba al escritorio y se ponía a escribir.

3 Muchas veces, me vi precisado a suspender una buena lectura, a abandonar un programa de televisión, por su ánimo, repentino, de hacer anotaciones, copiar textos, redactar reflexiones que en ese momento le asaltaban. Está bien si es así como él quiere vivir, eso nunca se lo he contravenido, por eso he tomado la sabia decisión de tomar distancia y, en especial, de respetarlo. Hay días en que no estoy de humor para hacer anotaciones, pero eso a él parece no importarle. Me toma del brazo, me empuja a ponerme de pie y caminar hacia el estudio. Voy casi a la fuerza, pero ganan sus ganas.

4 Podría decirse, sin afán de ofenderle, que no es una persona sociable. A cualquier lugar a donde llega, se le dificulta empezar una conversación. Y nunca se pone en primer plano cuando, por ejemplo, está en un grupo de personas, y les van a tomar una fotografía. No es tímido precisamente, pero sus años ruidosos, de locuaz hablantín, piensa, se quedaron allá, en las orillas de la pubertad. Ha defraudado a varios de mis amigos, hasta el punto de que me retiraron el habla. Sin embargo, cuando ha sido necesario he dado la cara por él. Y, en privado, nunca me he medido en protegerlo. Pienso que es alguien que merece buen trato. Hago charla con él. Le froto la espalda. Trato de que no caiga en esos abismos particulares, que luego, debo reconocerlo, también amenazan tragarme a mí.

5 Dice que el placer que le produce la escritura por sí sola, es suficiente. Nada hay como la sensación que te queda, enseguida de haber escrito un buen texto. Piensa que lo demás, las publicaciones, las presentaciones de libros, los autógrafos, las felicitaciones, son alimento del ego. No está peleado con esa idea. Sabe que el lector, es el otro medio círculo del escritor. Pero si alguien escribe y, sobre todo, publica, para satisfacer su ego, entiende que es muy su vida, lo acepta, y no se mete con nadie. Pero se cuida de no caer en ello. Desde que lo conozco piensa lo mismo. Y no es que se haya estancado. Ha cambiado en otros aspectos de su vida, incluso en algunas que había pensado convicciones inamovibles. Ha cambiado es cierto –a él le gusta pensar que ha evolucionado– pero en lo que a la escritura se refiere, se ha conservado en lo dicho.

6 A mí también me gustan las letras, aunque, a decir verdad, soy más bien un lector. Pero donde él llegó, se habla de una locura, especialmente, por el oficio de escritor. Al abrir los ojos, por la mañana, ya empieza a pensar en lo que va a escribir ese día. Mientras se ducha, desayuna, cuando va al trabajo, en la hora del receso, al final de la jornada. Todo momento es bueno para pergeñar letras. Escribe un renglón, medio párrafo, lo mínimo posible, cuando las condiciones laborales, o de otra índole, no le permiten hacerlo en extensión de una o dos cuartillas. Nunca falta un bolígrafo y papel en la bolsa de su camisa o la pantalla, en blanco, de su teléfono celular. De algún modo él se las arregla, y escribe. Cuando duerme, sueña lo que escribirá al día siguiente. O sueña con lo que escribió en días, incluso en épocas, anteriores.

7 Ahora, en años recientes, le ha dado por mostrar lo que escribe. Es parte de mi proceso, expone. O de tu desparpajo, añado. Y él se esconde en ese defecto, del que ha logrado hacer virtud: su silencio. Le trato de explicar que, en ese afán por mostrar todo lo que se escribe, se corre el riesgo de exhibir algo que no cubra el mínimo del carácter requerido. Alarga su silencio en señal de que está decodificando lo escuchado. Si por él fuera, ahora, todos los días mostraría sus letras. A tal grado puede alguien cambiar. Recordemos que, en la pubertad, no mostraba nada a nadie. Sirva en su descargo que, si miramos a nuestro alrededor, a la gente que nos rodea pues, nos daremos cuenta que muchos de los que, antes, se rasgaban las vestiduras por algo, ahora no solo lo aceptan, sino que, incluso, lo celebran.

8 Algunas veces, lo que escribe no me gusta. Y se lo hago saber. Al principio, lo tomaba muy personal y me dejaba de hablar durante varios días. Luego, poco a poco, se fue volviendo tolerante, y ahora, cuando le hago saber de mi crítica, solo queda en silencio, me mira a los ojos y vuelve a su texto, quiero pensar que con miras a corregirlo. Porque claro, yo no soy un crítico literario, ni lo quiero ser, pero a fuerza de haber leído casi todos sus textos –algunos los ha escrito en mi imposible ausencia– siento que, por lo menos, he obtenido, algo de experiencia. A medida que fui leyendo, poco a poco, mucho a mucho, sus letras, fui descubriendo, cada vez con trazos más nítidos, una imagen muy parecida a la mía.

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