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jueves, abril 25, 2024

GUANTES AMARILLOS (SEGUNDA PARTE)

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POR: ADRIANA ALTAMIRANO

Decían de ella que era arisca –

bajo el fleco del cabello

escondía un ceño de timidez.

Al despertar prefería el silencio

por eso escogía siempre el momento

que precede la aurora,

la noche que retiene el respiro.

El rito del café en la mañana en solitario

la persiguió toda la vida,

era un momento sólo suyo

cuando el cerebro organizaba el día

encajando tiempos, deberes, placeres.

Los labios delgados

esbozaban una sonrisa,

decían de ella que era melancólica

por otra parte amaba a Arvo Pärt y al invierno.

Aun así tenía un halo

de mímica graciosa

a veces hacía reír

con su rostro lunar.

Decían que venía de un mundo

de colores brillantes, de sol radiante;

y había llegado a un lugar

de pastizales y colinas.

 

Dos mundos distantes,

dos lenguas, dos casas,

dos familias, dos pensamientos,

dos vidas y un solo mar.

La voz de ese mar la sedujo

con susurros armónicos

la invitó a su abismo.

Remolinos de encaje blanco

cubrieron sus pies.

Dicen se ha despedido en ese mar,

y ha dejado una huella sutil en la arena,

el paso de una gaviota.

 

La huella

Han pasado muchos años.

La huella en la cama

está intacta.

El vacío la ha llenado.

 

A veces, en las noches de soledad,

me deslizo adentro

me arrellano ahí,

huelo tu olor

hasta quedarme dormida.

 

A veces, soñolienta, confundo

la luz roja del despertador

con el cigarrillo que encendías

a las tres de la mañana.

 

Alargo la mano

buscando tu suave espalda

pero está sólo la huella vacía

y una voz que dice:

“Duerme querida, duerme”.

 

Regalé toda tu ropa

conservé sólo tus calcetines

los uso cuando tengo frío,

tenías un pie pequeño.

 

Hace tiempo decidí

llenar tu huella

con mi cuerpo.

Soy feliz de dormir

entre tus brazos

con tus calcetines en mis pies,

respirar aun ahora

el humo de tus Raleigh

a través del destello rojo del mañana.

 

Tu mano y la mía

Crisálida transparente

cubre venas azulitas

falanges protuberantes

por el pasar de los años.

 

Te rozo con cuidado

miedo de hacerte daño,

en cada caricia recorro

tu larga vida.

 

Tu piel manchada,

ya no quiere ser tuya.

Masajeo tus yemas de los dedos

fríos, adormilados.

 

Te tomo entre mis brazos

tu peso siempre más ligero.

Nuestras manos unidas

en armonía. 

 

Paráfrasis de las abuelas

                                                                De A. Burbank

Mis abuelas eran diametralmente opuestas

pero vivían en la misma ciudad, un lugar de mar.

Mi abuela materna era alta y delgada

elegante y señorial, sus vestidos veraniegos

eran siempre de popelina

y los compraba en los Estados Unidos.

Llevaba siempre un hilo de perlas en el cuello

comprado en su viaje en oriente,

mi abuela materna viajaba por todo el mundo

a veces estaba hasta dos meses fuera de casa

escribía siempre a mamá

cartas desde los hoteles en papel muy fino

nos traía tantos regalos de Europa.

Mi abuela paterna era redondita y pequeña

cabello largo recogido en un bonito chongo,

usaba aretes con piedras preciosas

colgaban en sus grandes orejas,

una vez, recuerdo, tenía unos aretes de rubí

sobre una mesa cerca del alféizar

pero, siendo distraída, los confundió con huesos de tamarindo

y los hizo volar por la ventana,

¡Bendito quién los encontró! Otra vez mi prima

le dio un botón para que lo cosiera en la camisa

mi abuela se lo tragó pensando era una aspirina,

por milagro le pasó el dolor de cabeza.

Mi abuela materna había estudiado de joven

era maestra, le gustaba leer

y jugar a canasta con sus amigas en el club.

Nos enseñaba también a nosotras a jugar a cartas

era muy paciente.

Nos hacía sentir muy queridas sin besuquearnos.

Mi abuela paterna amaba viajar por los pueblos

comprar comida especial, ir a visitar

viejas tías que daban besos ensalivados,

yo los odiaba.

Mi abuela paterna no sabía manejar

tenía un chofer de nombre Nacho,

Nacho era muy joven y se peinaba

como Elvis Presley, mi abuela lo despeinaba

y le acomodaba el cabello como Raphael

su cantante preferido, que era español,

y quería que Nacho se vistiera rigurosamente

de negro, como el cantante madrileño.

Mi abuela materna cocinaba delicioso

era muy ordenada y precisa,

nunca hacía comilonas, salvo cuando

su árbol de mango daba frutos

entonces sí rompía sus reglas y se lanzaba

sobre la pulpa dulce y carnosa,

cuando mi abuela murió

el árbol ya no dio frutos, florecía siempre

pero no daba ni siquiera un mango.

Dicen que partiendo ella,

el árbol perdió su magia, yo sí lo creo.

Tal vez mis abuelas tenían algo en común

el amor por la cocina, también mi abuela paterna

cocinaba tanto y para tantos, pero ella era muy golosa

y comía siempre, era redondita,

creo que papá heredó lo comilón de ella.

La parte alegre de mis abuelas me gustaba mucho,

mi abuela materna, los domingos, después del desayuno

leía el periódico, había un suplemento con cómics

para niños, ella se moría de risa

leyendo las historietas de Lorenzo y Pepita, mientras

mi abuela paterna se divertía con nosotros

cuando hacíamos bromas con el teléfono,

nunca se enojaba, ¡era nuestra cómplice!

A los funerales de mis abuelas no fui,

nos separaba el océano. De mi abuela materna

me han quedado tantos bonitos recuerdos y tantas fotos

y también sus diarios de viaje porque ella siempre

escribía con una caligrafía elegante.

Mi abuela paterna también me ha dejado

recuerdos divertidos, pero, después que murió,

en tres meses se llevó a mi papá,

dicen que no podía estar allá arriba sin El Güero.

Mis abuelas quedaron viudas muy jóvenes

y esto es otra cosa que tenían en común.

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