POR: ADRIANA ALTAMIRANO
Decían de ella que era arisca –
bajo el fleco del cabello
escondía un ceño de timidez.
Al despertar prefería el silencio
por eso escogía siempre el momento
que precede la aurora,
la noche que retiene el respiro.
El rito del café en la mañana en solitario
la persiguió toda la vida,
era un momento sólo suyo
cuando el cerebro organizaba el día
encajando tiempos, deberes, placeres.
Los labios delgados
esbozaban una sonrisa,
decían de ella que era melancólica
por otra parte amaba a Arvo Pärt y al invierno.
Aun así tenía un halo
de mímica graciosa
a veces hacía reír
con su rostro lunar.
Decían que venía de un mundo
de colores brillantes, de sol radiante;
y había llegado a un lugar
de pastizales y colinas.
Dos mundos distantes,
dos lenguas, dos casas,
dos familias, dos pensamientos,
dos vidas y un solo mar.
La voz de ese mar la sedujo
con susurros armónicos
la invitó a su abismo.
Remolinos de encaje blanco
cubrieron sus pies.
Dicen se ha despedido en ese mar,
y ha dejado una huella sutil en la arena,
el paso de una gaviota.
La huella
Han pasado muchos años.
La huella en la cama
está intacta.
El vacío la ha llenado.
A veces, en las noches de soledad,
me deslizo adentro
me arrellano ahí,
huelo tu olor
hasta quedarme dormida.
A veces, soñolienta, confundo
la luz roja del despertador
con el cigarrillo que encendías
a las tres de la mañana.
Alargo la mano
buscando tu suave espalda
pero está sólo la huella vacía
y una voz que dice:
“Duerme querida, duerme”.
Regalé toda tu ropa
conservé sólo tus calcetines
los uso cuando tengo frío,
tenías un pie pequeño.
Hace tiempo decidí
llenar tu huella
con mi cuerpo.
Soy feliz de dormir
entre tus brazos
con tus calcetines en mis pies,
respirar aun ahora
el humo de tus Raleigh
a través del destello rojo del mañana.
Tu mano y la mía
Crisálida transparente
cubre venas azulitas
falanges protuberantes
por el pasar de los años.
Te rozo con cuidado
miedo de hacerte daño,
en cada caricia recorro
tu larga vida.
Tu piel manchada,
ya no quiere ser tuya.
Masajeo tus yemas de los dedos
fríos, adormilados.
Te tomo entre mis brazos
tu peso siempre más ligero.
Nuestras manos unidas
en armonía.
Paráfrasis de las abuelas
De A. Burbank
Mis abuelas eran diametralmente opuestas
pero vivían en la misma ciudad, un lugar de mar.
Mi abuela materna era alta y delgada
elegante y señorial, sus vestidos veraniegos
eran siempre de popelina
y los compraba en los Estados Unidos.
Llevaba siempre un hilo de perlas en el cuello
comprado en su viaje en oriente,
mi abuela materna viajaba por todo el mundo
a veces estaba hasta dos meses fuera de casa
escribía siempre a mamá
cartas desde los hoteles en papel muy fino
nos traía tantos regalos de Europa.
Mi abuela paterna era redondita y pequeña
cabello largo recogido en un bonito chongo,
usaba aretes con piedras preciosas
colgaban en sus grandes orejas,
una vez, recuerdo, tenía unos aretes de rubí
sobre una mesa cerca del alféizar
pero, siendo distraída, los confundió con huesos de tamarindo
y los hizo volar por la ventana,
¡Bendito quién los encontró! Otra vez mi prima
le dio un botón para que lo cosiera en la camisa
mi abuela se lo tragó pensando era una aspirina,
por milagro le pasó el dolor de cabeza.
Mi abuela materna había estudiado de joven
era maestra, le gustaba leer
y jugar a canasta con sus amigas en el club.
Nos enseñaba también a nosotras a jugar a cartas
era muy paciente.
Nos hacía sentir muy queridas sin besuquearnos.
Mi abuela paterna amaba viajar por los pueblos
comprar comida especial, ir a visitar
viejas tías que daban besos ensalivados,
yo los odiaba.
Mi abuela paterna no sabía manejar
tenía un chofer de nombre Nacho,
Nacho era muy joven y se peinaba
como Elvis Presley, mi abuela lo despeinaba
y le acomodaba el cabello como Raphael
su cantante preferido, que era español,
y quería que Nacho se vistiera rigurosamente
de negro, como el cantante madrileño.
Mi abuela materna cocinaba delicioso
era muy ordenada y precisa,
nunca hacía comilonas, salvo cuando
su árbol de mango daba frutos
entonces sí rompía sus reglas y se lanzaba
sobre la pulpa dulce y carnosa,
cuando mi abuela murió
el árbol ya no dio frutos, florecía siempre
pero no daba ni siquiera un mango.
Dicen que partiendo ella,
el árbol perdió su magia, yo sí lo creo.
Tal vez mis abuelas tenían algo en común
el amor por la cocina, también mi abuela paterna
cocinaba tanto y para tantos, pero ella era muy golosa
y comía siempre, era redondita,
creo que papá heredó lo comilón de ella.
La parte alegre de mis abuelas me gustaba mucho,
mi abuela materna, los domingos, después del desayuno
leía el periódico, había un suplemento con cómics
para niños, ella se moría de risa
leyendo las historietas de Lorenzo y Pepita, mientras
mi abuela paterna se divertía con nosotros
cuando hacíamos bromas con el teléfono,
nunca se enojaba, ¡era nuestra cómplice!
A los funerales de mis abuelas no fui,
nos separaba el océano. De mi abuela materna
me han quedado tantos bonitos recuerdos y tantas fotos
y también sus diarios de viaje porque ella siempre
escribía con una caligrafía elegante.
Mi abuela paterna también me ha dejado
recuerdos divertidos, pero, después que murió,
en tres meses se llevó a mi papá,
dicen que no podía estar allá arriba sin El Güero.
Mis abuelas quedaron viudas muy jóvenes
y esto es otra cosa que tenían en común.